Los juegos infantiles
Por Carlos Arrizabalaga, publicado el 27 de mayo de 2019Tardes años latitudinales,
qué verdaderas ganas nos ha dado
de jugar a los toros, a las yuntas,
pero todo de engaños, de candor, como fue.
No nos damos cuenta porque con este tráfago urbano olvidamos lo unida que estaba la vida al mundo del ganado hasta en los juegos infantiles, como refleja César Vallejo en el poema XI de Trilce. No es fácil imaginar cómo eran esos juegos. Los hermanos Cárdenas Falcón, al recoger los modismos de Cajabamba, nos dan una noticia de cómo se jugaba a los toros en las serranías norperuanas: “Suelto mi toro de frente a frente con un planchón de oro en la frente, ¿qué quieres, rocoto, vino o cuete? ¡Y a torear se ha dicho!”(Historias y modismos de Cajabamba, 1990: 96). No sabemos cómo sería jugar a las yuntas. Los folcloristas han recopilado variada información, y así es como el padre Esteban Puig (Breve diccionario folclórico piurano, p.128) recoge los nombres de juegos como el ángel de la bola de oro, el diablo de los 40 mil cachos, la caída, las conchitas, los gallos o los volantes, rocambor, el rodeo, el paso del rey… Un juego antiguo que se mantenía en Piura era el del Santo Mocarro (también Mocario o Mocarra), por el que se le ensuciaba a uno la cara (mocarro es antiguo derivado de moco).
Miguel Ángel Ugarte Chamorro, al estudiar el folclore infantil de Arequipa en 1947 señalaba que la mayoría de los sorteos, juegos y rondas del sur andino eran de origen castellano: la doncella del prado, la capillita, matatiru, el hijo del rey, el saltaborrego, los siete quintales, viento o surco…
Edgardo Rivera Martínez publicó una pequeña colección de cuentos bajo el sugestivo título de “A la hora de la tarde y los juegos”. Mezcla un tono personal con un toque algo académico y destila recuerdos de Jauja, anécdotas y chascarrillos inventados a veces con alguna denuncia temperada y otras, con tono quejumbroso y mucha nostalgia. La niñez siempre es un motivo para una mirada risueña: “Juntos nos dirigíamos al jardín, por el lado del aliso y las retamas, y nos poníamos a jugar a las escondidas, a los celadores y ladrones, a la pega, a moros y cristianos.”
Los juegos tienen nombres que hacen mención, por lo general, a la función que realizan en ellos sus protagonistas. Unos son antiguos y revelan viejas tradiciones culturales, como en el caso de moros y cristianos, que seguramente se refiere a juegos en que unos asedian a los otros, en recuerdo del famoso cerco de Santafé, en el que los Reyes Católicos terminaron por vencer al último rey moro de Granada.
En la costa norteña las batallas entre moros y cristianos siguen siendo el tema central de una representación con que se celebra la festividad de la Virgen de las Mercedes en San Lucas de Colán. Los piuranos tenían otros muchos nombres de juegos infantiles. Con una salud envidiable el médico nonagenario Roberto Temple Seminario recuerda su niñez por los años posteriores al terremoto de 1928, cuando el mejor colegio de Piura era el Centro Escolar N° 21 dirigido por el maestro Zapata Chira, “todo un personaje de saco, chaleco, sombrero bastón y bigotes”, y él asistía todavía al colegio Lourdes, que era mixto hasta el segundo año de primaria: “en los recreos de los colegios se jugaba bolero, trompo, bolitas, lingo y se saltaba soga”, pero las niñas, “que saltaban soga, luego se sentaban en el suelo a jugar yaks”.
El lingo se conoce a veces como chancachanca, y es similar al que en otras partes se conoce como el juego del salto o del burro. El embajador Álvarez Vita lo describe ahora con detalle señalando: “Quien salta primero debe dar las indicaciones que deben ser respetadas por todos los jugadores a fin de no ser declarado perdedor”.
La influencia del comercio anglosajón y del poderío norteamericano es notable en la evolución de los juegos. En el norte era común “jugar yaks” (o “jacks” que ahora veo adaptado al castellano como yaxes), aunque las niñas más ágiles preferían “jugar pásbol y queche para salvar a nadie” (para pasar la bola lo dicen en inglés y “queche” es adaptación de catcher), “jugar quiwi” (derribando latas de leche gloria vacías, “compra mantequilla en la otra esquina” y “pedir chepi”, o ahora “estar en chepi” (cuyo origen parece incierto), para pedir permiso o para salir del juego.
El sullanero Carlos Arellano Agurto en su vocabulario es el único que anota el significado de “queche”, describiéndolo ya como algo del pasado:
“Deporte que se jugaba con pelota de trapo, generalmente con cinco chicas. Una en el centro, la que mataba. El resto una en cada esquina, las que al correr de una a otra, si eran tocadas por la pelota disparada por la matadora”.
En efecto era un remedo del baseball. También hace una detenida explicación del “ñoco” y del “zumbador”, juguete que los niños hacían “de una chapa de gaseosa chancada” a la que se le pasaba un hilo fuerte de pabilo.
Se han perdido muchos nombres de juegos: los siete pecados, la bata, negritos a trabajar, el rey pasó… Las bolitas, bolinches o bolinchas (en otros lugares, canicas) podían ser “lecheras”, que eran las demasiado costosas, pero en Piura la mayoría jugaba con “checos”, que en Lambayeque llamaban “choloques” (también palabra de incierto origen amerindio), igual que en Arequipa jugaban con frijoles. Y ganaba el que hacía ñoco, palabra cuyo origen africano era puesto en duda por Martha Hildebrandt. Tal vez tenga relación con “noque”, americanismo de origen catalán, que ha adoptado nuevos significados en nuestra habla norteña.
En las acuarelas del obispo Martínez Compañón aparecen niños jugando con choloques, y esto hace ya dos siglos y medio. Enrique López Albújar recordaba en De mi casona (1924) los castigos que les daba su maestro Piedra, “un serrano pelirrojo, pecoso, desmedrado, hediondo, repulsivo”, quien “hacía hincar sobre saquetes de checos o bolinches a los que sorprendía jugando con estos objetos”. El juego de las escondidas o el matagente siguen vigentes, aunque ahora todo es fútbol y básket. Los profesores Javier Badillo y Ana Baldoceda (2012) estudiaron con detalle los nombres y el vocabulario de los juegos que registraron en 25 localidades de la provincia de Canta, para un frustrado proyecto de la Universidad de San Marcos. Sería bonito reunir los nombres de todos esos juegos en las distintas regiones, ya que son parte importante de nuestra historia cultural, para darnos cuenta de lo diferentes que somos y de las cosas que, pese a todo, no han cambiado demasiado.
Carlos Arrizabalaga