No hay que ser poeta…
Por Crisanto Pérez Esain, publicado el 17 de marzo de 2014…para hacer metáforas. No hace falta que vayamos soltando versos por la calle, ni hablar de los “luceros” de una persona, ni de las “perlas” que brillan cuando sonríe. Las metáforas no son exclusivas de la literatura, pues todos las empleamos en cada momento y sin darnos cuenta. Decimos que alguien se cree “la última Coca Cola del desierto” o recomendamos a un amigo que no se “paltee” aunque el examen esté bien “yuca”, y ya estamos haciendo metáforas.
Podemos entender la metáfora como el trasvase del significado de un término a otro por la semejanza que se encuentra entre las realidades a las que designan. Hay quien la considera como una especie de comparación abreviada. En vez de decir “esto es tan fácil como comer una papaya”, directamente decimos “esto es papayita”. Algunas se van desgastando por su uso, perdiendo eficacia expresiva y originalidad, convirtiéndose en frases hechas o tópicos, como en el caso de “dientes de perla”, o en la expresión “abrir el corazón” con el sentido de ser lo más sincero posible.
Las metáforas nos sirven para ver la realidad desde otro punto de vista, más original y expresivo. En el habla cotidiana son propias de las jergas o de grupos humanos que viven situaciones semejantes, pues es necesario que los hablantes se pongan de acuerdo sobre el sentido de esas expresiones.
Las causas por las que surgen pueden ser psicológicas y sociales, y ambas acostumbran en muchos casos a “ir de la mano”. Alguien considera que se puede relacionar el apreciado sabor de una fruta con la vanidad de una persona para decir que “se cree la última chupada del mango”, y después, un grupo de hablantes la estima acertada por su expresividad y la incorpora a su forma de hablar. Asimismo, se emplean términos que apuntan a realidades tangibles o corpóreas para expresar algo de índole espiritual o psicológico. De este modo, “ser una mosquita muerta” expresa con claridad que alguien es ‘inofensivo solo en apariencia’; mientras que si se es “un lechero” se tendrá buena suerte. “Tiramos la casa por la ventana” cuando no medimos los gastos a la hora de celebrar algo; “tiramos la toalla” al rendirnos ante un problema, o si encontramos la salida de un problema de difícil solución vemos “la luz al final del túnel”.
La maniobra contraria, referirse a algo material por medio de metáforas con términos que apuntan a la dimensión espiritual es menos frecuente, pero alguna podemos encontrar, si escuchamos que un color es muy “triste” o un ambiente, al carecer de encanto, se ve “desangelado” o “sin gracia”.
La metáfora también sirve para explicar el cambio de significado de las palabras, pues, en ocasiones, realidades recientes reciben el nombre de otras conocidas desde hace más tiempo, por una relación de semejanza, como en el caso del mouse, en inglés ‘ratón’, por el obvio parecido entre este complemento informático y el roedor que le da nombre.
En fin, el día a día ofrece gran cantidad de oportunidades para hablar como los poetas sin necesidad de hacerlo en verso, dando “alas” a nuestras palabras y haciéndolas más expresivas.
Crisanto Pérez Esáin
Universidad de Piura
Crisanto Pérez Esáin es doctor en Literatura Hispánica y Teoría Literaria por la Universidad de Navarra (España). Es profesor de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Piura desde el año 1999.
Ha publicado, entre otras cosas, Los trazos en el espejo: identidad y escritura en la narrativa de Julio Ramón Ribeyro, Pamplona (España): Editorial de la Universidad de Navarra-EUNSA, 2005; y La narrativa de Julio Ramón Ribeyro: una guía de lectura, en autoría compartida con Javier de Navascués (Universidad de Navarra), Madrid: Cenlit.
Muy cierto!
Diariamente empleamos metáforas sin darnos cuenta y lo que se quiere es dar un significado que se distingue de lo que realmente se quiere decir. Como poeta, la metáfora para mi es la fuente más hermosa donde cada persona puede dibujarse y verse reflejado en ese arte a la hora de la lectura, dándole su sentido personal a lo creado.