Oda en la ceniza (en el centenario de Carlos Bousoño)
Por Manuel Prendes Guardiola, publicado el 10 de julio de 2023Dentro del ámbito de los estudios literarios, el nombre de Carlos Bousoño (1923-2015) es internacionalmente conocido como el del autor de una prestigiosa obra académica, entre la que destaca su Teoría de la expresión poética. Tal vez menos famosa, pero en todo caso muy digna de consideración, fue la extensa labor que este profesor universitario español desarrolló como poeta.
Oda en la ceniza (1967), uno de sus poemarios más celebrados, está marcado por la influencia del existencialismo, que tanto peso llegó a tener en España a partir de su posguerra civil, como reflejo de la misma desolación antropológica extendida por todo el Occidente a partir de la posguerra mundial. De este modo, buena parte de las composiciones del libro abordan el difícil diálogo entre las apariencias de sentido y absurdo en la vida humana. Poemas como “Dónde” o “Giros” son ejemplos de una dura conciencia del proceso hacia la disolución y la nada que sigue la humanidad y todo lo creado: “Dónde el latido, el virgen miedo, / la tempestuosa semilla / que se abrirá mañana / como espanto, cual trueno / dentro de ti…”.
Sin embargo, en otros momentos esta conciencia de transitoriedad abre al poeta las puertas del gozo de las cosas en su inmanencia, de la belleza inmediata de la realidad y de sus matices cotidianos, como sucede en “Divagación en la ciudad”: “…he pasado de niño muchas veces / horas y horas contemplando una piedra, / y siempre yo veía cosas nuevas en ella, / montañas diminutas, enormes valles desolados, / y al mirar esperaba. / Esperaba el milagro”. El anhelo de paz y armonía que trasciende el tiempo y todo lo hace presente –una forma de referirse a lo eterno– lo apreciamos, por otra parte, en otros poemas como “Canción para un poeta viejo” o “En el centro del alma”: “Allí donde no sufres, / (…) y el dolor queda fuera / del témpano de vida / donde vives y eres, / inmortal de un instante, / trueno de ser, aurora de ti mismo”; o se abre directamente a un esperanzado anhelo de perduración en “Cuestiones humanas acerca del ojo de la aguja” (“¿Será posible Aquello? / ¿Será posible un espacio ensanchándose / terriblemente a cada instante, / a cada golpe de humanidad que ingresa / victoriosa en la Luz…”).
Mayor desgarro podemos encontrar, por otra parte, en aquellas piezas en que, a la cierta amenaza de destrucción por obra del tiempo, se opone como último asidero la comunicación humana, en la línea sentada décadas atrás por la poesía de Vicente Aleixandre, uno de los maestros de Bousoño. La amistad y la solidaridad, por ejemplo, en el poema que da título al libro (“Dame la mano para creer, puesto que tú no sabes, / dame la mano para existir, puesto que sombra eres y ceniza…”); o la salvación por el amor más allá de la muerte en “Pero como decírtelo” o “Salvación del amor”: “…Salvad un sonido, / salvad tan sólo un número caliente, / un ademán tan sólo susurrado / entre dos luces…”. O, en suma, la esperanza en la palabra (“Todo vale si duele / junto a tu carne un mundo de palabras…”) a la que el poeta ha consagrado su existencia como una vocación de eternidad.
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