Palabras de aquí y de allá. Juan de Arona y su viaje a España (1863)*

Por , publicado el 15 de marzo de 2023

Pedro Manuel Paz Soldán y Unanue, más conocido por su seudónimo Juan de Arona, fue el primer lexicógrafo que registra regionalismos peruanos (de la costa, de la sierra y de la selva) con cierta sistematicidad. Su famoso Diccionario de peruanismos (1883) es una importante obra de referencia para conocer el castellano hablado en el Perú en el siglo XIX y muchas de esas voces siguen vigentes en las variedades peruanas del español. Aunque haya sido menos exhaustivo que otros autores de la época, la atención que presta Arona a los regionalismos ha servido de modelo y de estímulo para el estudio de la variación a nivel local en el marco del español peruano y no deja de ser uno de los lexicógrafos pioneros en la recopilación de regionalismos americanos. 

Arona registra básicamente el léxico criollo limeño y lo reconoce casi con excesiva fruición: «los limeños dicen…», «este es un limeñismo». Pero también un buen número de arequipeñismos y algunos pocos regionalismos de distintas ciudades, como chimaicha, palabra propia de Tarma, y casimba, nombre que daban «los industriosos piuranos» a una especie de pozo o alberca que formaban en el lecho seco del río. Hay otras más de Chiclayo o Moquegua. En varios vocablos la marca geográfica del regionalismo es difusa, como ocurre en el caso de chuño, del que dice: «En la sierra se da este nombre a una cierta papa curada o pasada al sol y al hielo» (p. 183). 

Arona tiene sin duda el mérito de haber concedido la importancia debida al estudio de la variación léxica, y podríamos decir que esa intuición lingüística que muestra Arona se le había despertado muy joven cuando viaja a España y advierte con acuciosa curiosidad las variaciones léxicas peninsulares, aunque por aquel entonces no se reconociesen como «españolismos», esto es, regionalismos del español europeo. Paz Soldán escribió un largo relato de su largo viaje por Europa, Egipto y Palestina, y entre sus impresiones de la madre patria se percibe la insistencia en las palabras: «el vidrio de la berlina −señala Arona−, cuyos pasajeros entran casi siempre en conversación con el mayoral, que es el nombre del cochero». Y en una de las mulas delanteras «va sentado un muchacho postillón, a quien llaman el delantero» (p. 45). 

Más adelante describe su nueva posada en Madrid, en la calle del Prado: «En la sala o recibimiento como allá se dice con mucha oportunidad» (p. 65); «A un lado y a lo largo de la salita había uno de esos modestos e incómodos sofás de esterillas, o de rejilla, como dicen en España» (p. 62); «alguna que otra palmera y de cactos o nopales abundantes, cuyas tunas, llamadas por los españoles higos chumbos» (p. 219). También destaca las equivalencias entre boletos y billetes, necesarios para entrar a la plaza de toros (p. 61) o entre fósforos y cerillas (53), así como explica «la sopa de ajos o gazpacho» (71), que no le gusta mucho. Arona intuye con cierta razón que la variación regional está de alguna manera conectada: «Debería empezar por estudiar los dialectos de España y de ahí deduciríamos más de uno de nuestros provincialismos» (p. 4). 

Como vemos, el procedimiento de la identificación de los vocablos suele servirse de la equivalencia disyuntiva (sala o recibimiento), aunque también encontramos ocasionalmente explicaciones diversas (en gazpacho, porque no encuentra un término equivalente). La referencia a los españolismos va a estar presente también en su diccionario, como cuando reconoce las equivalencias entre expresiones fraseológicas como miel sobre buñuelos y miel sobre hojaldre (para indicar que algo tiene buenas perspectivas). 

Igual que muchos peruanos que hoy viven y trabajan en España, Arona trataba de entender un buen número de españolismos, los mismos que se encontraba a cada paso. Él trataba de hablar en un perfecto español, como correspondía a su esmerada educación criolla, pero descubría que entre muchos lazos comunes había también abundantes diferencias que la distancia y la historia han ido trazando entre los que seguimos hablando este idioma en las diferentes partes del mundo. Y advertía que los peruanismos que él conocía eran tan hermosos como los españolismos que empezaba a reconocer, aunque todavía se mostraba muy dispuesto, quizá demasiado, a concederles una mayor oportunidad a estos últimos. 

*Texto adaptado. Publicado originalmente en «Detrás de las palabras», en Walac.pe (6/3/23)

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