¿Por qué gramática?
Por Eliana Gonzales, publicado el 15 de diciembre de 2021La gramática, ese ámbito del estudio del lenguaje que se ocupa de los elementos que forman parte de una lengua y de su combinación para formar oraciones, es tan antigua como la historia misma de la civilización. A lo largo de su existencia, ha sido concebida como arte de hablar y escribir correctamente, como reflejo de las leyes del pensamiento, como código del buen hablar, como corrección de expresión… Es más, si escuchamos mencionarla, nos vienen a la memoria no solo la poca terminología que recordamos, sino también la desagradable sensación que teníamos en clase cada vez que nos pedían encontrar el complemento directo, distinguir una oración subordinada sustantiva de una adjetiva, o dentro de una subordinada adverbial precisar de qué tipo era.
Álex Grijelmo en su Gramática descomplicada señala que la «gramática es el estudio sistemático de las relaciones que han tejido entre sí las sílabas, las palabras y las oraciones», y que «se han acostumbrado a vivir en su gran nación, en la que han formado asambleariamente su propio gobierno, sus normas de tráfico y hasta su policía y su camión de la basura» (2006: 21). Otros autores prefieren comparar las reglas gramaticales con las reglas de cualquier deporte, pues si él deportista no las sabe va a ser muy difícil que lo practique y, más todavía, va a ser muy difícil que se convierta en una estrella de talla mundial.
Nuestra experiencia gramatical seguro que no ha sido muy grata, pero no por culpa de la gramática en sí, sino por culpa del método que se utilizó cuando nos la enseñaron. El método falló porque no nos dijeron que todos ya sabíamos gramática. ¡¿Cómo?! Así es, todo hablante sabe el modo de organizar sus enunciados cuando informa, cuenta o pide algo… Un hablante nativo de español, por ejemplo, que nunca ha ido al colegio y, por lo tanto, no ha tenido clases de Lenguaje, sabe que una expresión como «Un el a para ajinomoto voy estofado comprar» no es correcta, y sabe que deberá decir «Voy a comprar un ajinomoto para el estofado», para que todos lo entiendan.
En este hablante opera un saber práctico y no un saber teórico, pues desconoce que voy a comprar es una perífrasis, que un ajinomoto es un sintagma nominal, que para el estofado es un sintagma preposicional, que a y para son preposiciones, que un y el son determinantes artículos y que ajinomoto y estofado son sustantivos.
Esta gramática que conocemos y dominamos como hablantes de una lengua está constituida por un conjunto de reglas («su propio gobierno», en palabras de Grijelmo) que se van formando de modo inconsciente en nuestra mente desde los primeros años de vida y que se manifiestan en cada acto de habla; por tal motivo, un hablante nativo no dirá, por ejemplo, En clase participó no ningún alumno. Probablemente, nadie le ha hablado de la doble negación, sin embargo, será capaz de darse cuenta de que resulta bastante extraña y optará por No participó ningún alumno en clase o En clase no participó ningún alumno.
Para continuar con Grijelmo, quebrantar el sistema creado por las unidades lingüísticas, «produce supuraciones»; así, las incoherencias de los tiempos y los modos verbales, las redundancias, las fallas en las concordancias entre sustantivo y adjetivo, por ejemplo, «muestran generalmente algún problema que, si no se atiende, puede degenerar en una infección mayor que afecte incluso al pensamiento» (2006: 21). Por ello, ante la pregunta ¿por qué gramática?, nos atrevemos a responder, porque el acercamiento gramatical –que se inicia, generalmente, en la escuela– permite ver la estructura de irregularidades que manejamos casi automáticamente, meditar sobre sus variaciones, sobre los casos en los que no se cumplen las reglas, y en general, sobre las posibilidades expresivas que tenemos a nuestra disposición si queremos explotar a fondo nuestros recursos lingüísticos. Y, también nos permite concluir que, si se continúa con este adiestramiento, un hablante podrá alcanzar un nivel más alto de elaboración lingüística, puliendo su capacidad expresiva, puesto que sabrá más sobre la herramienta más valiosa utilizada tanto en la comunicación oral como en la escrita.
Todo sistema debe tener sus reglas y el ideal sería que estas sean lógicas, no arbitrarias. Pero se da el caso que las del nuestro idioma, el castellano, fueron y siguen dictadas por un selecto grupo “dueño del saber”.
En otra entrada de este blog se nos recuerda que es correcto y aceptado usar impreso e imprimido, cuando por lógica se podría decir roto y rompido. Esta última es la forma natural y espontánea tanto para los niños y los foráneos que comienzan a hablar castellano.
Pero hombre, ¿no se da cuenta de que lo “lógico” sería que solo se admitieran las formas regulares, o sea “imprimido” y “rompido”?
Si quiere que ese selecto grupo “dueño del saber” que dicta las normas de la lengua (¿los illuminati? ¿el club Bilderberg?) incluya “rompido” como forma correcta, lo tiene relativamente fácil: empiece a fomentar su uso. Cuando un número lo suficientemente grande de hablantes lo usen, y deje su presencia en la lengua escrita, ya verá usted (o sus descendientes, porque estas cosas a veces llevan tiempo) cómo aparece aceptado por la norma.
En cuanto a que desaparezca “imprimido”, me temo que ya no tiene remedio. Lo más que podrá usted lograr es que en las obras lexicográficas del futuro aparezca con la marca de “desus.”. Lo cual no dejaría de ser un triunfo.
Ánimo y a ello.