Viejas y nuevas palabras para males y enfermedades
Por Carlos Arrizabalaga, publicado el 3 de junio de 2020Muchas enfermedades temibles tienen nombres muy antiguos, con raíces griegas o latinas: malaria, cólera, viruela, tifus, rabia, pulmonía, tisis, lepra… En algunos casos la medicina moderna prefiere llamarlas con nombres más técnicos, tuberculosis o enfermedad de Hansen, para aludir a las dos últimas, como si de esa manera asustaran menos. Es un cultismo renacentista el adjetivo enfermo y su derivado nominal, porque el castellano antiguo hablaba de males de diverso género. Igual ahora. Lo que antes podía ser un cólico o una descomposición, que le hacía estar cursiento, decimos que tal vez esté provocado por un rotavirus. Por eufemismo decimos que alguien “está mal del estómago” para evitar el término diarrea. Y, tristemente, el nuevo coronavirus es el protagonista de nuestras conversaciones, en las que basta decir que alguien “está mal” para que sepamos que ha sido afectado por la epidemia.
Una palabra que se ha desterrado del vocabulario médico es peste, por su cambio semántico al ámbito de los olores, de los insectos y de los pesticidas. La peste era una bacteria y su origen estuvo también en una zoonosis, una enfermedad que pasa de los animales a los seres humanos. Tal vez ahora podemos entender mejor lo que vivieron los medievales, aterrados por las oleadas de la peste, de cuyos bubones o ganglios linfáticos inflamados emanaban olores nauseabundos. Fue una de las más terribles palabras que pocos se atrevían a pronunciar en el siglo XIV.
El siglo XX ha conocido un desarrollo extraordinario de todas las ciencias y la medicina no precisamente la que menos; en este nuevo siglo, además, se enfrenta a retos formidables. Todo ello ha originado también un gran desarrollo de las terminologías, que se registran en numerosos diccionarios especializados de medicina y de sus disciplinas: cirugía, anatomía, epidemiología, etc. Gracias a nuestra creciente sumisión a la autoridad de los medios de comunicación, los hablantes aprendemos a emplear esos términos a veces difíciles: coronavirus, covid-19, pandemia, hisopado… No hace mucho que se nos hicieron familiares decenas de términos como analgésicos, antipiréticos, anticancerígenos, antidepresivos o vasodilatadores, por mencionar algunos remedios o medicamentos; plasma, plaquetas, rotavirus, superbacterias o conexiones neuronales, para cosas que no hemos visto más que en dibujos; rotura fibrilar o desprendimiento de la retina, para cosas que solíamos llamar hinchazón o “manchitas” en los ojos. El profesor Manuel Casado (La innovación léxica en el español actual, Madrid, Síntesis, 2015, 218) señala algunas palabras que han entrado recientemente al Diccionario académico: adenovirus, anticoagulante, antisida, endorfina, medicalizar y los anglicismos baipás y estent.
La moderna medicina ha hecho que queden en el olvido nombres antiguos de dolencias y enfermedades diversas. Palabras que quedaron anticuadas, aunque aún las registra el diccionario, son esquinencia, por angina; alferecía, convulsión; terciana, calentura; cuartana, cierta fiebre palúdica; cólico, descomposición; apoplejía, hemorragia cerebral; culebrilla, nombre tradicional del herpes zóster; mal francés o mal de bubas, se decía a la sífilis. En el norte del Perú se conserva uno de esos nombres antiguos: alferecía, y el habla popular norteña llamaba cursiento al retorcijón, al ruido estomacal y a la diarrea, que era muchas veces mortal en menores. En las regiones andinas se dice caracha, con palabra quechua, a la sarna. También decían ganadura al carbunco, que ahora se conoce mejor como ántrax. Seguramente habrá mil otras designaciones regionales a las dolencias y males que han aquejado a los humanos.
El español moderno ha perdido muchos vocablos antiguos que hacían referencia a cuestiones médicas y enfermedades diversas: alfeliche, en el castellano de los siglos de Oro, se refería a la convulsión infantil; alhorre era una enfermedad de los recién nacidos; estíptico, el que tenía estreñimiento; hidropesía, hinchazón producida por beber en exceso; neguijón se decía a las caries, pues se pensaba era “un gusanillo pequeño” el que ponía negros los dientes. El habla general y las terminologías científicas mantienen claras sus distancias, pero siempre hay vías de trasmisión en una relación a veces de ida y vuelta. Palabras van y a veces palabras vuelven. Ya se decía, con otro significado, en el Siglo de Oro, pero ahora se ha revitalizado con gran energía el término celiaco (o celíaco), de origen griego. No son usuales, en cambio, botulismo o erisipela. Tal vez otras regresen del olvido, pero que no sean por motivos tan espantosos como los que nos hacen ahora hablar de ellas.
Después de leer la nota que nos entrega CA “Viejas y nuevas palabras para males y enfermedades” pensaba: ¿No ocurrirá lo mismo con el castellano con muchos términos viejos y nuevas palabras para “enriquecerlo”?