Ximena de dos caminos, de Laura Riesco, o “un mundo (y un libro) para Ximena”
Por Crisanto Pérez Esain, publicado el 3 de febrero de 2015Desde Abraham Valdelomar, o quizás antes, existe una arraigada tradición en la narrativa peruana de dar protagonismo en sus historias a personajes infantiles o juveniles. Los perros hambrientos, Crónica de San Gabriel, Los ríos profundos y otras muchas novelas y un sinnúmero de relatos enhebran una tradición que desemboca en dos de las mejores novelas contemporáneas, País de Jauja y aquella de la que trataremos a continuación: Ximena de dos caminos. Sin duda, hay en este grupo, –del que no daremos más títulos por falta de espacio–, una novela que marca un antes y un después: Un mundo para Julius; no obstante, no puede dejar de influir en este tipo de novelas y en la forma en que nosotros mismos las leemos.
Ximena de dos caminos se encontraría a medio camino entre la novela de Bryce Echenique y la menos conocida –aunque ya recomendada en esta sección– de Edgardo Rivera Martínez. Su acción transcurre, como en ella, al menos en gran parte, en el mundo andino, aunque se trate de La Oroya, un espacio mucho menos idealizable que el de Jauja. Como Julius, Ximena es una niña, en este caso de cinco años, y como el niño limeño, ella vive los avatares relatados en la novela a medio camino entre dos mundos, el de sus padres y el de las empleadas. Así, entre un mundo y otro, asistimos en la novela de Laura Riesco al relato de unas vivencias infantiles que configuran su modo de aprender a ser en la realidad.
La mirada infantil de la protagonista se cierne sobre todo aquello que le causa admiración y que a nosotros nos debería causar cierto estupor, de modo que la denuncia social solo queda en los márgenes del lector, que entiende que el mundo en que vive la niña no es un mundo para Ximena. El mundo que la espera es un mundo escindido en dos, entre la sierra y la costa, los blancos y los indios, el quechua y el castellano, las mujeres y los hombres, la palabra escrita y quienes no alcanzan a comprenderla. Los adultos a quienes ella quiere, y también algunos niños, no ayudan a remediar esa ruptura. Ximena, que se admira de que las palabras escritas signifiquen cosas, aprende a valorar tanto las historias de la “Bella Durmiente” y de la “Cenicienta” como las que le cuenta el Ama Grande, la señora que la cuida, y que resulta ser un libro abierto en el que las hadas ceden paso a cóndores, duendes y llamas.
Con tal maestra, no es de extrañar que Ximena desarrolle una gran capacidad fabuladora, con la cual desorienta con facilidad a Anacleto, –su retardo mental no le ayuda a detectar las mentiras que esconden las invenciones de la niña– e incluso a los propios lectores. Efectivamente, nosotros mismos seremos también víctimas de su capacidad fabuladora cuando nos haga pensar que el levantamiento minero es, como ella asegura, una feria festiva. La novela termina con la conversación entre la protagonista y una mujer adulta, a quien le cuenta lo que ha ocurrido y los motivos que le llevan a su familia a dejar el campamento minero en el que han vivido. En pocas líneas descubrimos que Ximena está hablando con su versión adulta, que no es sino la traslación al papel de la propia autora, Laura Riesco. La novela, que se abre con una reflexión infantil sobre la capacidad de las palabras escritas para referirse al mundo, desencadena nuestra propia reflexión sobre la capacidad que tiene un buen relato de explicarlo.
Crisanto Pérez Esain
Universidad de Piura
Lo leeré.
Voy a leer el libro. Pero esta publicación no la terminé. Porque como se les ocurrió recomendar un libro y escribir spoilers en el mismo artículo.
¡Deben tener un poco más de criterio!
Si me cuentan lo que va ocurrir, ¿para qué gastar tiempo leyendo la novela?
Pues porque una buena novela resiste la relectura. Todo el mundo sabe que Ulises vuelve a su casa al final, y no por ello deja nadie de leer la “Odisea”