Por Carlos Arrizabalaga Lizárraga

Por Carlos Arrizabalaga. 25 octubre, 2011.

Muchas veces me han preguntado por qué los españoles dicen tal palabra y no tal otra. No hay respuesta única. Cada palabra tiene su historia y 360 millones de hablantes no van a coincidir en todo, así que en España se emplean muchas palabras distintas. Basta ver el léxico escolar: al tajador le dicen “sacapuntas”; al lapicero, “bolígrafo”, al borrador, “goma”, y a la goma, “pegamento”. Dicen “autobús” a los buses, “calcetines” a las medias, y “patatas” a las papas; “tarta” en lugar de torta, y “torta” en lugar de cachete, “cerillas” a los fósforos, “coche” al carro… Las jergas españolas son igual de abundantes: a la “chamba” se le dice “curro”, al “sobrado”,  “chulo”, y “de qué vas” al que se las da de listillo. Al “cargoso” le dicen “pesado”, y hablar demasiado es “dar la brasa”.

Cualquiera que viaje a España lidia con esas equivalencias léxicas y muchas más, lo hizo el puneño Juan Bustamante, quien en su relato “Viaje al viejo mundo” ( 1845) pondera las mujeres de la ciudad de Vitoria, en la provincia de Álava de “muy guapas, como dicen por bonitas”.

Lo curioso es que no existe un diccionario de españolismos, como sí ya hay de americanismos, los de Augusto Malaret (1925), Francisco de Santa María (1942-43), Marcos A. Morínigo (1966) y Alejandro Neves (1973).  El 2010 se presentó el monumental Diccionario de Americanismos, de la Asociación de Academias de la Lengua Española, para el que se empleó una década de trabajo conjunto, haciendo un repertorio lo más completo posible y más preciso también en información sociolingüística y la pragmática, para saber incluso a qué grupo social pertenece un término dado y qué piensa una comunidad con respecto al prestigio o vulgaridad o grosería de la palabra. “Era una vergüenza para los hispanoamericanos que nos dedicamos a estas cosas que no hubiese un gran diccionario del español de América” reconocía el puertorriqueño, cuando sumaban casi 150 diccionarios los que abarcaban por separado algún país o zona de América, hasta obtener un corpus definitivo de 60 mil entradas y más de 200 mil acepciones.

¿Por qué no hay un diccionario de españolismos? ¿No tienen vergüenza los españoles? Está claro que no. Podríamos argüir que España tuvo mejores y más tempranas escuelas de lingüística, o ahí se  interesan más (en los últimos tiempos) por los regionalismos que por presentarse como un bloque unitario en el mundo hispánico, o que los hispanoamericanos no se habían preocupado demasiado de las palabras de los peninsulares, pues salvo excepciones como Bustamante hubo que esperar a las últimas décadas para tener una migración importante de americanos a España.

Pero en verdad la razón es otra, y es que el Diccionario que la Real Academia Española respalda desde su primera edición, en 1726-1739, por más que desde fines del XIX vuelva a marcar o incorporar acepciones o palabras americanas, siempre fue un diccionario de españolismos, en el que estos, simplemente, no reciben marca alguna. Y así, “vereda” es definido como camino angosto o senda pastoril (acepción que es común a todos) y solo en penúltimo lugar como “acera de una calle o plaza”, con la marca geográfica de que así se dice solo en Sudamérica. Lo que falta para que sea de verdad un patrimonio de todos es que en la entrada de “acera” ponga como significado “vereda o andén de una calle o plaza” y ponga como marca “España”, pues en este lado del castellano tal término es tan desconocido como eso de “bolígrafos” y “sacapuntas”.

Docente.

Facultad de Humanidades.

Universidad de Piura.

Artículo publicado en el diario Correo (edición Piura), domingo 23 de octubre de 2011.

 

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