Tal vez no haya un piuranismo más usual y más característico que churre en el vocabulario norteño.

Por Carlos Arrizabalaga. 30 octubre, 2012.

Tal vez no haya un piuranismo más usual y más característico que churre en el vocabulario norteño. Ya lo recogen Martha Hildebrandt, en 1949, y Miguel Justino Ramírez en 1950. Este último indica que se aplica a niños y hombres pequeños, lo que podría dar un indicio de su origen.

En efecto, estoy convencido de que el término churre no tendría relación con el quechua “churi”, ‘hijo varón, macho, valiente’, como especula el español José María Enguita y antes había señalado el padre Esteban Puig. Era poco probable que un quechuismo así se diera en Piura, donde se registra menor influencia quechua, y no se diera en Cusco, Ayacucho o Arequipa. Además, los quechuismos que presentan vibrante simple intervocálica pasan al castellano sin modificar la consonante y así el llquechua “sura” o “zara” (en quechua, ‘maíz’) pasó al castellano como “jora”. Así “chicha de jora” quiere decir, simplemente, chicha de maíz (porque en tiempos antiguos también se hacía de quinua o de otros cereales.

Es más probable que “churre” sea un cambio semántico del castellano “churre”, ‘pringue gruesa y sucia, que corre de alguna cosa, mancha grasienta’, que es la nominalización del verbo “chorrear”. Igual origen tiene “churro”, porque se hace con una masa que chorrea. También se le puede decir al niño que chorrea de la boca, ya sea leche o babas, como después comprendió el padre Esteban Puig, corrigiendo su opinión inicial. Esta es la opinión que tenía Martha Hildebrandt y la que sigue muy razonablemente Carlos Robles Rázuri, en un artículo publicado en El Tiempo el 20 de julio de 1982. Eso explicaría mejor que en un inicio se aplicaba, indica Robles, “al muchacho, al pequeño, no guagüito, sino de dos, ocho, diez y hasta doce años, descuidado en su limpieza y en su vestir y, por extensión a todo mozuelo que atraviesa por los años indicados”.

Quiere decirse que el término fue originalmente una expresión despectiva que se decía a alguien con el deseo ofensivo de hacerle parecer un niño que chorrea. Probablemente el término se haya formado a fines del siglo XIX y en verdad no se documenta con anterioridad. Tal vez se hubiera formado de forma paralela o bien puede que sea un andalucismo, es decir, uno de los tantos vocablos compartidos con las hablas del sur de España.

El posible origen andaluz de “churre” estaría abonado por la presencia en el habla popular andaluza del siglo XIX de “chorre” aplicado al guapo, al varón, mozo o enamorado, tal como se muestra en “La cigarrera de Cádiz”, canción de Manuel Sanz de Terroba (1819-1888), impresa como partitura en Madrid por Pablo Martín en 1855:

 “Soy purera a mucha honra,

lo que gano es pa mi Paco,

y mas que güelo a tabaco,

güelo a Dios pa mi chorre”.

 El olor a tabaco no impide que para su “chorre” (es decir, para su “hombre”), la cigarrera huela divinamente, y toda la canción refleja notoriamente la pronunciación popular y plagada está de andalucismos como “rancho”, “chavó”, “cara indigna”, “moza juncal”, etc., algunos de los cuales no son aquí extraños. Ya decía Carlos Robles que los piuranos “tienen mucho de andaluces, tanto en el habla cesante como en gracejo del decir”, y no hay duda de que compartimos algunos vocablos con las hablas andaluzas.

Este origen también se corresponde con el testimonio más antiguo que hemos registrado, y es que parece haber sido una expresión ofensiva la que Abelardo Gamarra pone dos veces en boca de mujeres de clase popular en la Lima de fines del siglo XIX, en una comedia que se estrenó en Lima en 1887. En ese ambiente de “Ña Codeo” es la protagonista malvada la que trata de descalificar a un hombre bueno de forma implacable pero deshonesta:

 Y quiere meterse a gente

y la echa de caballero

cuando ño Churrepelao

lo han llamado siempre

al viejo.[3]

De todos modos el vocablo habría tenido en Piura una evolución particular, pues solamente aquí ha perdido ese cariz despectivo y finalmente se ha aplicado a designar, sencillamente, al niño. Ello no resulta extraño porque los niños inspiran siempre cariño y ternura con lo que con el paso del tiempo se deshace el insulto en una denominación local y muy característica para referirse a ellos. Y es normal que el cariño genere nombres familiares a realidades propicias. En Lima se les dice a los niños “chibolos”, en México “chavos” o “chamacos”, en España “críos” o “chavales”, en Colombia “pelaos”, en Argentina “pibes”, y en muchos lugares “mocosos” o “chicos”.

Vargas Llosa emplea hasta en cuarenta y seis ocasiones –en La casa verde– este significativo piuranismo: “unos churres correteaban en la Plaza Merino”, “tomando leche, alimento de churres”, “era una churre”, y muchos otros. La primera vez aparece en el espacio amazónico: “los estaba mirando el churre”, que el Chiquito y el Rubio se encargaran de las churres”, pero es la voz del sargento Lituma, y de esa manera este vocablo, junto a los demás piuranismos, la que servirá para identificar su voz de entre los otros personajes (Fushía, Jum, etc.), así como envolverá el ambiente de las calles de la mangachería cada vez que el relato regresa a sus calles: “una carrera, como cuando éramos churres”.

Ahora los periódicos aplican ese nombre a los jugadores de fútbol piuranos sin que suene para nada ofensivo. Junto con piajeno, chifle y algarrobina, está claro que churre es el vocablo piurano más conocido fuera de Piura. La expresividad de su fonética ayuda: los sonidos palatales siempre se aplican a nombres cariñosos. Pero es porque también los niños provocan simpatía y se la comunican a la palabra. La realidad finalmente se impone siempre.

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