02

Oct

2012

La experiencia gaditana y el norte del Perú

El norte peruano, Piura en concreto, no fue ajeno a toda la vorágine política suscitada en el periodo gaditano, ni tampoco se mantuvo al margen de las novedades que podían cambiar eventualmente la realidad de algunas instituciones así como su representación en el conjunto político del reino. ¿Hasta qué punto el período gaditano impactó a […]

Por Elizabeth Hernández. 02 octubre, 2012.

El norte peruano, Piura en concreto, no fue ajeno a toda la vorágine política suscitada en el periodo gaditano, ni tampoco se mantuvo al margen de las novedades que podían cambiar eventualmente la realidad de algunas instituciones así como su representación en el conjunto político del reino. ¿Hasta qué punto el período gaditano impactó a este grupo de poder, a esta minoría selecta? ¿Cómo se comportaron, qué ganaron y qué perdieron?

Algunos historiadores siguen insistiendo en que este período, y la Constitución de 1812 sobre todo, fue el inicio de todo el debate político que nos encaminó hacia la independencia. Sin embargo, esto se contrapone a la documentación que nos habla más bien de confrontaciones anteriores que se acentúan, eso sí, a raíz del contexto histórico que se vivía y de la libertad de imprenta decretada por las Cortes; pero críticas al sistema, pedidos de reformas y descontentos sobre distintos aspectos del funcionamiento de los órganos gubernativos virreinales, existían ya con anterioridad. En otras palabras, si bien Cádiz fue un punto de inflexión, no fue el inicio de todo.

Para el caso de Piura, Juan Cristóbal de la Cruz, piurano, hijo de peninsular y criolla, comerciante local e intermediario importante en relación con Lima, redactó un informe en 1810 que resumía a la perfección la situación de toda la provincia de Piura; economía, educación, sociedad, cultura, clero y política local son analizados a la luz de una persona que había sido autoridad (subdelegado) y que por su actividad mercantil había recorrido buena parte de la geografía piurana, siendo, a todas luces, un gran conocedor de este espacio regional.

Fue de la Cruz uno de los primeros criollos ilustrados de provincia de quien sabemos redactó todo un plan reformador para Piura y consiguió elevarlo a la metrópoli. Así, aunque no fue elegido para representar a la ciudad en Cádiz, extendió sus cuestionamientos hasta esa última ciudad española desde donde se resistía a los franceses, y mucho antes de la promulgación de la Constitución de 1812.

Pero, el cuestionar, criticar y plantear una suerte de reformas liberales, no es sinónimo de revolución, ni de querer acabar con el sistema. Todo lo contrario. Se piden reformas al sistema, no un cambio de sistema político, todo siempre dentro del armazón virreinal. De ninguna otra manera se entendería que la experiencia gaditana para el norte significara una búsqueda de continuidad en medio de los cambios, de unos cambios no radicales. Sabemos que Piura envió a José Antonio Sánchez Navarrete como su representante en las Cortes de Cádiz. Si bien la elección era una novedad por muchas razones, la manera cómo se eligió a los candidatos fue del más absoluto conservadurismo: los nombres eran parte de la elite letrada piurana que había hecho carrera profesional fuera de Piura, y que estaban obviamente relacionadoscon los miembros del cabildo encargado de la elección; en efecto, la institución que elaboró la lista de candidatos era el del antiguo sistema; y las argucias para evitar que otros llegasen a ser nombrados recordabanlos padrinazgos y las zancadillas de siempre. Finalmente, una vez elegido, las “Instrucciones” otorgadas a Sánchez Navarrete ilustraban las reales “preocupaciones” delos regidores: honras, mercedes y gracias para el primer cabildo formado en el Perú. Era lógico: el momento de cambio político estaba aún empezando, y había que aprovechar las circunstancias complicadas de la metrópoli y de América para afirmar las pretensiones personales y locales. Esto pasó en todas las provincias americanas.

Muchos cambios se propiciaron desde las Cortes: la abolición del tributo indígena y la elección de ayuntamientos constitucionales, por ejemplo. Sin entrar en los detalles, es bueno recordar que uno y otro originaron una momentánea inestabilidad en el estamento de privilegio. El tributo, por un lado, propició levantamientos de algunos pueblos indígenas pidiendo otras exoneraciones, asumiendo que estaban incluidas. Y el ayuntamiento, por otra parte, cambiaría de configuración al hacerse por primera vez electivo, eliminando en teoría el monopolio de la institución por parte de unas cuantas familias. El peligro de esta novedad era el protagonismo de personas que, si bien tenían dinero, no pertenecían al grupo de tradición. Sin embargo, ambos aspectos fueron controlados por la elite, y en el segundo caso, los grandes apellidos siguieron estando presentes y haciéndose cargo del poder político local. Demasiado importante era el cabildo –desde todo punto de vista- para los vecinos piuranos; el hecho de manejar diversas estrategias para no perder su cuota de poder frente a los “advenedizos” lo demuestra.

Para la elite piurana, las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812 representaron un hito importante en su trayectoria política; pero al restarle poder al virrey, la Constitución reafirmaba el carácter particular de espacios como el norte del Perú: autosuficientes desde hacía siglos. Las novedades liberales se supieron aquí con mucho detalle, pero como era costumbre, se aplicaron las que parecieron convenientes. Se luchó en el fondo para que la “igualdad” –término que tampoco estaba claro entre los diputados en Cádiz- sea la de siempre, es decir, una “igualdad desigual”. Era la primera década del siglo XIX. Por ello, Francois-Xavier Guerra hablaba de una transición entre el antiguo y el nuevo régimen. Y es que en este contexto el liberalismo y el conservadurismo tenían que ir necesariamente de la mano.

Docente

Facultad de Humanidades

Universidad de Piura

Artículo publicado en el suplemento dominical Semana del diario El Tiempo, domingo 23 de setiembre de 2012.

Comparte: