Análisis de la obra del poeta piurano Alberto Alarcón

Por Carlos Arrizabalaga. 30 octubre, 2012.

El poeta Alberto Alarcón se pregunta en versos desiguales qué sentido tiene este “afán de urdir”, en el poema, “un hallazgo repentino”. Las palabras son simples abalorios o nombres que “confunden a quien los nombra”. Si al final “no hay agravios ni besos” no son más que “palabras que buscamos a tientas entre el amor y las puertas que caen tan pesadas como la desgracia”.

Son versos brillantes de este poeta piurano, radicado desde hace años en Trujillo. Un poeta para quien “la vida es un grano de alpiste que nos regala la muerte”.

Tenemos tantos poetas y tan poca poesía que cuando aparece algo valioso hay que saber apreciarlo entre tantos poetas,  grupos de poetas, antologías de poetas, generaciones de poetas… ¡Tenemos tantos poetas y tan poca poesía que valga la pena!

Se repiten nombres, se encuentran en ferias pero la mayoría no aporta nada más que libros para un plan lector que confunde churras con merinas. Dimas Arrieta exalta: “Luz que desangra oscuridades”. Demasiada tramoya para una frase vacía, y así hostigan tantos mil tanteos de frases insulsas o incongruencias aparatosas, cuadernillos prosaicos, ecos sin voz propia, pálidas imitaciones, plagios malbarateados, metáforas tugurizadas.

Solo algunos hallazgos de artífices tesoneros, aciertos expresivos de verdaderos poetas como Marco Martos, candidato al premio Nacional de Cultura:

“Mi oficio es el canto
el canto de las palabras,
el dulce embrujo
de las sílabas
y las asonancias.”

Para qué este “vencimiento de dioses”, se pregunta Alarcón,

“Mientras la mariposa gira
en un oscuro anuncio al cielo raso
y el rostro de la que amamos
es como una llamarada repentina.”

En lengua mochica, según anotara el alemán Enrique Brüning, “ojeng eng” era el nombre de la mariposa que sale al atardecer; literalmente le decían “madre del aguacero”, porque anuncia, al parecer, la proximidad de la lluvia. En el poema la mariposa anuncia, en cambio, un cielo raso pero oscuro, con el deseo de encontrar algo más allá de lo inmediato. Y es que no hay poesía sin religión, porque sin trascendencia la palabra no puede decirnos nada.

Tenemos muchos poetas y poca poesía verdadera que ofrezca hallazgos repentinos de una intensa voz que busque –en un mundo tan mecanizado– algo sutil, trascendente.

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