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  • Sobre “El tercer hombre”… y sobre su público

“El tercer hombre” (1949) es una de esas afortunadas películas que logran congregar grandes talentos en particular estado de gracia. Orson Welles de protagonista; de director, un Carol Reed inspirado como nunca; y como guionista, uno de los grandes escritores del siglo XX en lengua inglesa: Graham Greene. Ensayo un resumen para quienes no la […]

Por Manuel Prendes Guardiola. 27 octubre, 2014.

“El tercer hombre” (1949) es una de esas afortunadas películas que logran congregar grandes talentos en particular estado de gracia. Orson Welles de protagonista; de director, un Carol Reed inspirado como nunca; y como guionista, uno de los grandes escritores del siglo XX en lengua inglesa: Graham Greene.

Tercer hombre

Ensayo un resumen para quienes no la hayan visto todavía. Terminada la Segunda Guerra Mundial, llega a Viena Holly Martins, un escritor de noveluchas del oeste. Parece que su amigo Harry Lime le ha conseguido trabajo. Nada más llegar, recibe dos ingratas noticias: Harry ha muerto en un extraño accidente y era sospechoso de traficar con penicilina adulterada. Martins, a imitación de sus héroes de novela, decide investigar el posible crimen y limpiar el nombre de su amigo. Se enamora también de Anna, novia de Harry que permanece fiel a su recuerdo.

A pesar de sus buenas intenciones, Holly acaba convencido de la culpabilidad de su amigo y descubre que este aún vive, tras haber fingido su accidente para escapar del acoso de la policía. Profundamente decepcionado, el escritor acepta colaborar con las autoridades a cambio de la seguridad de Anna, quien estaba punto de ser deportada, pero ella rechaza violentamente a Holly cuando se entera del trato. En una persecución final por las alcantarillas de la ciudad, Harry resulta herido y acorralado, y es el propio Martins quien acaba con él de un disparo. El escritor y frustrado detective concluye la película: solitario, sin trabajo y sin amor: nada de cuanto ha perseguido a lo largo de su aventura.

Holly y Harry

Más que de los valores artísticos de la película (que, como dicen algunos maestros, eso se puede buscar en Internet), yo querría hablar aquí de dos pases públicos de este filme de los que fui testigo. Uno fue con alumnos de secundaria. Yo me sentía algo receloso: para muchos espectadores jóvenes y no tan jóvenes, que una película se vea en blanco y negro es casi una avería de la cámara, no una forma de expresión. Sin embargo, qué alivio sentí al poco tiempo: los chicos se intrigaron con el enigma del desconocido tercer hombre que retiró el cadáver de Lime, se divirtieron con las anti heroicas pesquisas de Holly, se conmovieron con la triste suerte de los niños víctimas de la medicina adulterada, se sorprendieron con la repentina aparición de Lime en el mundo de los vivos, se emocionaron con el último encuentro entre los dos amigos, quedaron suspensos con la escena final entre Anna y Holly, disfrutaron de la rica melodía de cuerdas que acompaña la historia.

Tras la película, hubo tiempo y ganas para el coloquio: se habló de lo que va de la ficción a la realidad, de cómo la integridad y el triunfo moral del héroe no siempre conllevan el éxito mundano (el gris y honesto Holly se enfrenta a un cínico y simpático Harry) y hacer lo correcto siempre implica una renuncia, como mínimo a la comodidad de la indiferencia.

Muy diferente experiencia fue la del pase de “El tercer hombre” en cierto auditorio municipal, al que asistían responsables de la gestión cultural. El público parecía escaso –más bien el local era muy grande-, y eso no sentó bien. La cultura que no junta masas no es cultura para una mentalidad educada en calcular votos. La función empezó tarde. Terminada la película, los mencionados responsables declararon que era muy tarde para coloquio, hicieron salir a los asistentes y alguno se encaró con el presentador del filme para preguntarle indignado: qué película era esa y de qué trataba, porque ella (la persona responsable) no se había enterado de nada. La eterna preocupación: qué “valores educativos” tenía. Y que ni se le ocurriera volver a presentar una película así.

Final

De la doble experiencia ante una misma película, saco hoy día mis conclusiones. La primera: no conviene subestimar al público; pensamos que está preparado tan solo para disfrutar cine chatarra, de explosiones y de historias de amor superficiales, pero darles a elegir un filme que exija un poco más (a la mirada y la inteligencia) puede caer en tierra buena. Y la segunda, tampoco conviene sobrestimar a las autoridades culturales: ante su desorientación cuando se trata de organizar otra cosa que festivales folclóricos, solo hay que confiar en que no pongan obstáculos a quienes tienen una visión de la cultura algo más amplia y acuden a ellos en demanda de ayuda.

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