Optimismo es disfrutar, más allá de los cansancios y las obligaciones. Es ser conscientes del amor incondicional que tenemos a nuestra familia.

Por Mariana Stevenazzi. 31 agosto, 2017.

Familia feliz 1

Hace poco, dictando una charla para madres de familia en un colegio, les preguntaba “¿qué es lo que más desean para sus hijos?”. La respuesta fue casi al unísono y de manera espontánea: “¡que sean felices!” Sin duda, si preguntara a los padres, ellos también estarían de acuerdo con estas expectativas.

Todo lo que hacemos por ellos es en busca de su felicidad, actual y futura. Sin embargo, la clave de la felicidad no está en que sean los mejores en una disciplina concreta, o en que sean los más virtuosos, ni en no fallar nunca. La clave está en ver el lado más positivo de las cosas. Eso es lo que debemos enseñarles en su búsqueda por ser felices: vivir la vida con optimismo. Ver el vaso “medio lleno” y no “medio vacío”.

Pensemos un momento en lo contrario: el pesimismo (tendencia a ver y juzgar las cosas en su aspecto más desfavorable). No hace falta ser un experto (aunque los especialistas lo reafirmen y comprueben científicamente) para deducir las consecuencias nocivas de vivir la vida con pesimismo. Tristeza, sinsentido de la vida, enfermedades físicas y psicológicas… y en un extremo más común que lo deseado: el suicidio, como consecuencia de no poder soportar esa vida tan “cruel, injusta y negra” que se cree estar viviendo.

Se dice por ahí que ‘todo depende del cristal con que se mire’. Y creo que en este tema es totalmente aplicable. Un mismo hecho, una misma realidad, podemos verla con optimismo o pesimismo. Y estoy segura de que todos los lectores coincidirán en que queremos inclinarnos por la primera, aunque no siempre seamos capaces de ponerlo en práctica.

Stephen Covey, autor del best seller “Los siete hábitos de las familias altamente efectivas”,  habla del sentido del humor como una cualidad humana esencial para la vivencia familiar. “Tomarse la vida con humor requiere autoconciencia, la habilidad de ver la ironía y la paradoja en las cosas, quedándonos con lo que realmente es importante”.

El sentido del humor es altamente aplicable y necesario en la vida de pareja y de familia. Implica vivir la vida con alegría y con flexibilidad. No significa una sonrisa imborrable en la cara, tampoco es la falsa carcajada o no poder expresarnos cuando sentimos frustración por algo.

El ámbito íntimo de la familia es muy propicio para compartir nuestros fracasos, pero estos –aunque suene contradictorio– pueden vivirse con optimismo. Es decir, reconociendo que no somos perfectos, pero que amamos humanamente todo lo que podemos a nuestra familia, y que, por ellos, superaremos y aprenderemos de los tropiezos y caídas para intentar seguir el camino de mejora.

El optimismo es la capacidad de reírnos de nosotros mismos, de las situaciones paradójicas; es la capacidad de hacer bromas, de ver el lado positivo de las cosas, la capacidad de divertirnos juntos.

La buena noticia es que el optimismo se ejercita. Es cierto que hay personas que son dotadas naturalmente de una visión optimista de la vida. Pero si no somos de este grupo privilegiado de personas, al menos tenemos el consuelo de que sí podemos ejercitarnos y, de seguro, con esfuerzo y perseverancia, lo lograremos. Requiere la fuerza de voluntad necesaria para elegir desarrollar una mentalidad alegre, no ser negativo ni dejarse vencer por el agobio.

Existe un dicho que afirma que ‘los hijos son la alegría del hogar’. Y, de hecho, el fundador de esta Universidad desafiaba siempre a los padres a formar hogares “luminosos y alegres”.

Todos los que tienen hijos pequeños –y no tan pequeños– han experimentado la tensión continua que supone el esfuerzo por educar bien a los hijos. Tensión y cansancio que, debo decir, no son contrarios a la posibilidad de ser felices. Hace poco me crucé con una mamá de un alumno del colegio al que van mis hijos, unos meses después de dar a luz a su cuarto hijo. Pregunté cómo iban las cosas en casa y ella me dejó saber –con una sonrisa– el caos que estaba viviendo: las noches sin dormir, el cansancio irrecuperable de un día tras otro, entre biberones, pecho y pañales, los celos y caprichos de la hija menor, las tareas del colegio… “pero no cambiaría este momento por nada; son lo mejor que me ha pasado en la vida” (se refería a sus hijos, pero también a su esposo).

Optimismo es disfrutar, más allá de los cansancios y las obligaciones. Es ser conscientes del amor incondicional que tenemos a nuestra familia. El optimismo es uno de los mejores legados que podemos dejar a nuestros hijos para vivir una vida plena y feliz. Cada familia debe encontrar su manera particular de vivirlo.

(Instituto de Ciencias para la Familia)

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