17

Sep

2020

ARTÍCULO DE OPINIÓN

¿El futuro es transhumano?

La presentación de Neuralink, un nuevo implante cerebral, vuelve a traer a primer plano la cuestión de hasta dónde podemos llegar mezclando la tecnología con lo humano.

Por Carlos Guillén. 17 septiembre, 2020.

A fines de agosto, Elon Musk presentó la segunda versión de Neuralink, su propuesta de chip implantable en el cerebro. Aunque todavía no ha sido probado en humanos, se espera que en algunos años permita entender mejor el funcionamiento del cerebro y ayude a curar enfermedades y a superar algunas formas de discapacidad (como la ceguera o la parálisis). Definitivamente, veremos grandes avances científicos que contribuirán a mejorar la calidad de vida de muchos pacientes. Los cristianos compartimos también este deseo de mitigar el sufrimiento físico y lograr una existencia con el mayor bien para la mayor cantidad de personas.

Por otra parte, Musk espera que su invento sea una puerta abierta al mejoramiento de la capacidad del cerebro humano, incluso hasta poder interactuar directamente con las computadoras (en simbiosis). Según él, esta sería la única posibilidad de no quedar en desventaja frente a los gigantescos progresos que hará la inteligencia artificial. Esta otra perspectiva, conocida como “Transhumanismo” (o Humanity+), aboga por la fusión de los organismos biológicos con los sistemas tecnológicos; pero no solo para mejorar la humanidad actual, sino para crear un ser superior al humano; sin sus límites físicos ni psíquicos, sin enfermedades e incluso sin la muerte.

Cuando llegamos a este punto en los planteamientos, no basta con preguntarse si esto será posible, sino si será deseable y si será lícito permitir esas intervenciones de la tecnología en el hombre. ¿Hablamos de algo opcional o me veré presionado a hacerlo para seguir siendo competitivo o para poder ejercer todos mis derechos?, ¿las continuas y necesarias actualizaciones estarán al alcance de todos?, ¿cómo tratará la sociedad a aquellos que no puedan usar estas tecnologías para mejorarse? Porque, como decía el papa Francisco en un encuentro sobre el bien común en la era digital, “si el progreso tecnológico causara desigualdades cada vez mayores, no podríamos considerarlo un progreso real”.

Desde un punto de vista más personal emergen igualmente varios problemas: mis órganos al menos son míos, las tecnologías en cambio tienen otro dueño, de manera que ¿hasta qué punto estoy dispuesto a venderme a un determinado fabricante?, ¿qué pasará si luego desaparece esa empresa?, ¿y qué control tendrán ellos sobre mi organismo? Porque partimos de que lo que nos implanten será usado éticamente y no para espiarnos ni controlarnos sin nuestro consentimiento, pero esto no es tan fácil de garantizar.

Finalmente, quisiera decir que los creyentes sí tenemos la esperanza de “trascender” los límites de nuestra existencia terrena, pero de una manera totalmente distinta. Porque sabemos que no somos un momento insustancial de la evolución; sino que, a través de ella, hemos recibido de nuestro Padre Dios el don de una naturaleza que lleva su imagen y semejanza, dotada de una dimensión espiritual que supera radicalmente hasta la materia más perfecta que la técnica pudiera llegar a producir.

Pero además, conocemos que estamos llamados a una auténtica transformación: la divinización en Cristo y en el Espíritu, en una vida eterna y bienaventurada. Por eso, no necesitamos usar la técnica para intentar “ser como dioses” porque, habiendo recibido también el don de la gracia, tenemos ya todo para conseguirlo. Definitivamente, ante lo que Dios ha soñado para sus hijos, cualquier otra meta imaginada por la mente humana se queda infinitamente corta.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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