1974 fue para muchos peruanos un año decisivo en su vida espiritual, pues el ejemplo anidado al recuerdo de un gran santo los hizo descubrir la vida cristiana en su naturalidad y potencia, belleza y espontaneidad.

Por P. Jesús Alfaro. 26 junio, 2021.

En 1974 visitó el país el fundador del Opus Dei, y de la Universidad de Piura, hoy San Josemaría Escrivá, cuya fiesta litúrgica celebramos los 26 de junio, desde cuando fue canonizado (2002). Fue un año decisivo para muchos, para centenares de peruanos que pudieron verlo y oírlo; y ahora pueden recordarlo y tratarlo como si lo vieran, aun estando él en el cielo y nosotros en la tierra.

La vida académica, el arte, la cultura…, mis referentes, me permiten decir que San Josemaría “no quería hombres de ciencia incultos ni cultura como exhibicionismo erudito”, sino personas cultas de verdad. Primero es la sabiduría, después la cultura, después la ciencia, decía. También, era muy patente en él esa musicalidad de la relación con Dios. Como dijo el beato Álvaro del Portillo, “su presencia era fiesta”. De ello fueron testigos quienes lo vieron en 1974; y yo, antes y en otras circunstancias.

Durante mis dos años romanos (1966 a 1968), la elegancia, el recato, el orden, la naturalidad, la sensibilidad para lo bueno y exquisito, me “entraron por los ojos” en la persona de Josemaría Escrivá. Desde pocos años antes tenía un suficiente conocimiento del espíritu, modos y formas de conducta en el Opus Dei. Pero, sólo con la presencia efectiva de su fundador puedo decir que aquello que ya me llenaba la vida se hizo pleno.

La seguridad que transmiten una sonrisa y un tono de voz no se consigue con horas de enseñanza. Un “qué me contáis” anima más que la participación en un coloquio sobre la confianza o la amistad. Así como también un “esto no va, hijos míos” convence más que muchos libros.

Esos años, con la presencia paternal y acogedora del santo, asentaron en mí las bases de lo que sería, con el tiempo, una visión antropológica necesaria. Con él aprendí qué es la música, el encuentro con los demás, el esplendor del cielo romano, la potencia de la quietud y el poder de la inquietud, la liturgia y, sobre todo, el asombro ante un Dios al que nunca se termina de conocer. Fueron también años de intensa formación profesional.

Así, 1974 fue para muchos en el Perú un año decisivo en su vida espiritual, pues el ejemplo anidado al recuerdo de un gran santo los hizo descubrir la vida cristiana en su naturalidad y potencia, en su belleza y espontaneidad.

Hoy, alegra ver cómo muchos jóvenes se entusiasman al conocer la invitación a la santidad en medio del mundo, en la alegría y la belleza, en el amor y el sufrimiento, encarnados en San Josemaría, a quien pueden “descubrir” en la virtualidad de las redes sociales y, sobre todo, en esa otra más potente: la oración personal.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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