Aunque Aristóteles está lejos de ser un filósofo existencialista, sus reflexiones sobre la acción humana abarcan también la cuestión del sentido de la vida. En ese sentido, la ética aristotélica versa sobre la vida buena, que no es otra cosa que la búsqueda de la felicidad. De ese modo, Aristóteles considera que la felicidad depende de dos ámbitos: lo que no está bajo nuestro control y aquello que sí lo está. Cualquier circunstancia, sea afortunada o no, podemos elegir afrontarla de manera virtuosa y evitar avergonzarnos de nosotros mismos.
El hombre virtuoso es aquel que sea ha acostumbrado a determinar cómo actuar de manera prudente según la situación en la que se encuentre. Además de la prudencia, Aristóteles reconoce otras virtudes que modelan el carácter de la persona humana, como el buen humor, el recto amor propio, la cortesía, además justicia, la templanza y la fortaleza.
Las virtudes son la trama de la felicidad, el modo como el ser humano despliega su vida de la mejor manera posible.