Los carros alegóricos con todo su esplendor arrancan vivas de alegría entre la gente.

Por Francisco Bobadilla Rodríguez. 17 octubre, 2012.

Estas semanas han sido de especial intensidad en el Campus de la Universidad de Piura: los alumnos han preparado con singular empeño y dedicación la gran inauguración de las Olimpíadas universitarias Ramón Mugica. Mientras le mostraba  el campus a un profesor visitante, se me venían a la mente innumerables escenas protagonizadas por mis alumnos, escenas que no terminaban en el aula, sino que se  continuaban en diversos escenarios que hablaban de la amplitud de sus intereses y de las tantas cosas interesantes que pueden formar el mundo de un universitario. Chicas y chicos muy metidos en sus estudios, buenos alumnos, entrenados en la academia del pensamiento, diestros en las bellas artes, comprometidos en acciones de ayuda al prójimo y dispuestos a medir sus habilidades en la arena deportiva.

No deja de asombrarme esta exuberancia de vida universitaria y la cantidad de competencias intelectuales y operativas que se ponen en acto alrededor de estos juegos olímpicos. Cientos de alumnos, movidos por el cariño a su Facultad, entrelazan sus caminos y generan espacios de aprendizaje común. Horas de ensayo en las barras que han dejado de ser sonidos atronadores, para convertirse en melodías  rítmicas acompañadas de coreografías fascinantes. Movimientos acompasados, belleza hacia afuera que no podría lucirse sin el cálculo exacto de la logística desplegada.

Los carros alegóricos con todo su esplendor arrancan vivas de alegría entre la gente. Detrás de la obra presentada están también horas de trabajo robadas al sueño, en equilibrio delicado con las horas de clases que no se han suspendido, ni tampoco las evaluaciones acostumbradas en cada asignatura: el trabajo manual se da la mano con el trabajo intelectual. Competencias para el diseño de estructuras, soldaduras que relucen en medio de la noche. Manos diestras dedicadas a la pintura y al dibujo. Brazos fuertes para mover y colocar las piezas. Y ahí están las estampas en medio del desfile por las calles de Piura. Un carro muestra escenas del Oeste americano (siempre he disfrutado del western): cantina, cowboys, indios, caballos, desierto y un rancho, el Gran Chaparral. Pasa otro carro y la mirada se vuelve tierna, son las estampas de la Italia clásica, jovial y festiva. Puentes, góndolas, escenario para el romance. Siguen los carros y nos trasladamos a los años de infancia porque aparece el mundo de los Picapiedra, personajes con los que hemos crecido y que la nanotecnología no ha borrado del imaginario infantil.

Los bailes temáticos son un despliegue de colores, belleza, alegría, destreza, fuerza, elegancia, imaginación creativa. Trajes para la ocasión, movimientos acompasados con la gracia y facilidad de los veinte años. Contagioso entusiasmo de los alumnos que me devuelve el alma al cuerpo, pues se hace realidad el sueño de todo profesor: formar la inteligencia y el carácter de los alumnos en competencias abiertas a la vida. Chicos y chicas que sabrán hacer muy bien su trabajo profesional y que, al mismo tiempo, sabrán hacer cosas bellas. Peritos en la economía y diestros en el violín, la guitarra o el cajón. Conocedores de las ciencias de la ingeniería y amantes de las buenas lecturas. Expertos en las ciencias aplicadas y expertos, asimismo, en humanidad. Empresarios generadores de riqueza y de calidad de vida. Hombres y mujeres constructores de la ciudad a la medida de las mejores aspiraciones de los seres humanos.

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