Una de las características del español es su linealidad; es decir que al momento de pronunciar una palabra lo que hacemos es emitir una cadena sucesiva de sonidos (fonemas), y si la queremos escribir, reproducimos una serie ordenada de letras o grafías que los representan. Ahora bien, en esa cadena cada letra o sonido tiene […]
Por Julio Talledo. 25 febrero, 2013.Una de las características del español es su linealidad; es decir que al momento de pronunciar una palabra lo que hacemos es emitir una cadena sucesiva de sonidos (fonemas), y si la queremos escribir, reproducimos una serie ordenada de letras o grafías que los representan. Ahora bien, en esa cadena cada letra o sonido tiene su lugar pero el hablante a veces lo altera añadiendo, suprimiendo o cambiando el orden de los elementos, produciendo así vulgarismos fónicos que es necesario evitar.
Estas incorrecciones se presentan, como ya especificamos, por adición de fonemas. El hablante los añade al inicio de la palabra como en *endrenaje por “drenaje” o *descotado por “escotado”, donde se han agregado las sílabas “en” y “des”; puede hacerlo también en el interior de la palabra: *indiosincracia por “idiosincrasia” o *inrompible por “irrompible”, donde se observa la incorporación de la letra “n”. Igualmente es posible que haga adiciones al final del término, así ocasiona que se pronuncie, por ejemplo, *traspiés en lugar de “traspié” o *dijistes, *hicistes o *hablastes en lugar de dijiste, hiciste o hablaste.
Otros errores se producen al eliminar fonemas de la cadena hablada; así, es común que escuchemos términos como *mano, *tás u *horita por “hermano”, “estás” o “ahorita” en los cuales la supresión se ha hecho al inicio de la palabra. La elisión también puede producirse en el interior: *partío, *toavía, *supertición en lugar de “partido”, “todavía” o “superstición”; o al final de los vocablos, por ejemplo: *carie, *pa na o *ami por “caries”, “para nada” o “amigo(a)”. Esta es actualmente el fenómeno lingüístico más común, especialmente, en los mensajes de texto donde, por rapidez, cada letra cuenta.
Por último, hay un vulgarismo que no suprime ni añade nada sino que altera la posición de los fonemas vocálicos y, principalmente, consonánticos. Entre los más conocidos se podrían citar: *axfisia por “asfixia”; *dentrífico por “dentífrico”; *vedera por “vereda”; *metereología por “meteorología”; *Grabiel por “Gabriel”, etc.
Todos estos fenómenos lingüísticos se producen dentro del ámbito oral, aunque algunos ya figuran en el DRAE como por ejemplo: profe (profesor (-a)), empalidecer (palidecer), esparramar (desparramar), etc. Lo importante es que, si bien, como hablantes podemos modificar creativamente una palabra, esta solo tiene una forma correcta de hablarse o escribirse.