Por Padre Rafael Sevilla V.
Por Julio Talledo. 18 febrero, 2013.“Le hemos escuchado con una sensación de extravío y casi de incredulidad”, decía ayer el Cardenal Angelo Sodano, Decano del Colegio Cardenalicio, cuando se dirigía al Santo Padre Benedicto en nombre de todos los cardenales presentes en el Consistorio. Es la sensación que hemos experimentado todos al enterarnos de la decisión del Papa de renunciar al Ministerio Petrino.
Es importante precisar que no es la primera vez que esto sucede en la historia bimilenaria de la Iglesia. El primero en renunciar a la Sede de Roma fue San Clemente I, tercer sucesor de San Pedro y que luego murió mártir el año 97. El siguiente Papa que renunció a la dignidad pontificia fue Celestino V, elegido Papa el año 1294 y que renunció seis meses después por considerar que no se sentía adecuado para el puesto, fue canonizado en 1313. El último Papa en renunciar fue Gregorio XII en 1415, lo hizo para poner fin al Cisma de Occidente. Ayer Benedicto XVI se convirtió en el cuarto Papa en la historia de la Iglesia que libremente renuncia al pontificado. En el discurso en el que comunicaba su decisión a los Cardenales reunidos en Consistorio, les decía que “después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.
Para poder encuadrar la decisión del Papa justamente es necesario también tener en cuenta que la posibilidad de que renuncie a su ministerio está contemplada por el Código de Derecho Canónico, que es el conjunto de leyes que rigen la Iglesia, indicando que tiene que ser una decisión libre y manifestada formalmente, tal como lo ha hecho Benedicto XVI. También él mismo nos había hablado de la posibilidad de la renuncia del Papa en el libro-entrevista Luz del mundo: “Cuando un Papa alcanza la clara conciencia de que ya no es física, mental y espiritualmente capaz de llevar a cabo su encargo, entonces tiene en algunas circunstancias el derecho, y hasta el deber, de dimitir”.
Aunque no sea la primera vez -y quizá tampoco la última- que un Papa renuncie a su ministerio petrino, no significa que la noticia no cause sorpresa y nos parezca increíble puesto que es algo que no pasa con mucha frecuencia, no es algo “normal” o “habitual”. Ante este tipo de cosas “raras” o “extrañas” los hombres tendemos siempre a buscar explicaciones complicadas, rebuscadas, a ver detrás de estas situaciones algún “gato encerrado”. Pienso que la vida es más sencilla, en la renuncia del Papa no hay ningún complot, ninguna presión externa o interna como ya se va comentando en muchos foros. Lo que hay detrás es la humildad de un hombre de una profunda vida espiritual y de una inteligencia privilegiada, que después de meditar en la presencia de Dios las responsabilidades que tiene como Pastor Supremo de la Iglesia, ha visto que ha ido perdiendo el vigor, la fuerza necesaria para desempeñar su ministerio hasta el punto de sentirse incapaz para ejercerlo bien, así lo ha dicho el mismo Benedicto XVI.
La sinceridad del Papa, su valentía y profunda humildad para reconocer sus limitaciones, su falta de fuerzas, son también algo “raro”, algo “extraño”, algo que tampoco se ve muchas veces, esta decisión es algo que nos sirve también para admirarlo más, para valorar mejor la trascendencia de su decisión: el Santo Padre ha puesto por delante el bien de la Iglesia antes que el suyo propio. Vemos aquí su profundo amor a la Iglesia, amor que ha demostrado muchas veces a lo largo de su vida con su plena disponibilidad para servir a Dios y a las almas allí donde se le necesitaba, olvidándose muchas veces de sí mismo. El 22 de abril de 2005, Benedicto XVI les decía a los Cardenales que lo habían elegido sucesor de San Pedro: “Si, por una parte, tengo presentes los límites de mi persona y de mi capacidad, por otra sé bien cuál es la naturaleza de la misión que se me ha confiado y que me dispongo a cumplir con actitud de entrega interior. Aquí no se trata de honores, sino más bien de servicio, que se debe prestar con sencillez y disponibilidad, imitando a nuestro Maestro y Señor, que no vino a ser servido sino a servir (cf. Mt 20, 28), y que durante la última Cena lavó los pies a los Apóstoles, ordenándoles hacer lo mismo (cf. Jn 13, 13-14). Por tanto, a mí y a todos nosotros juntos sólo nos queda aceptar de la Providencia la voluntad de Dios y hacer todo lo posible por cumplirla, ayudándonos unos a otros en la realización de nuestras respectivas tareas al servicio de la Iglesia”. Esto es lo que siempre ha movido al Papa Ratzinger: servir como Cristo sirvió.
La renuncia de Benedicto XVI tiene que ser vista con ojos de fe, la Iglesia está formada por hombres pero tiene un origen y un destino divinos. Por esto no podemos pretender entender la decisión del Papa sólo desde un punto de vista humano, sería una visión parcial de este acontecimiento. Hay que verlo con una perspectiva sobrenatural, así tendremos presente que Benedicto XVI es un hombre de fe, un hombre que sabe que cuenta con toda la gracia de Dios para desempeñar su misión, pero que a la vez es consiente que esa gracia no anula la naturaleza del hombre, sino que cuenta con ella, con sus capacidades, virtudes, etc. Y el Papa ha visto que sus capacidades han perdido vigor.
Ante la inminencia de la marcha de Benedicto XVI, es justo reconocer la valentía, generosidad y entrega con que ha asumido su Ministerio Petrino. Todo el mundo sabe que ha tenido que enfrentar una serie de situaciones difíciles y duras durante estos casi ocho años: los casos de pedofilia por parte de algunos sacerdotes, el escándalo de los “Vatileaks”, el levantamiento de la excomunión a los obispos lefebvrianos, etc. Todo esto, es lógico y comprensible, ha debilitado al Santo Padre. Pero lo ha debilitado porque ha sabido enfrentar todos estos problemas con valentía, con honestidad, buscando la verdad y el bien de las almas.
Además de todo esto nos deja un magisterio maravilloso, de una riqueza y profundidad muy grandes y que servirán de guía para la Nueva Evangelización que tanto ha impulsado. Todavía nos quedan unos días para seguir escuchando sus enseñanzas y muchos años para meditar y sacar todo el fruto que podamos a sus escritos.
Es un momento para rezar, siguiendo también en esto el ejemplo de Benedicto XVI. Rezar dando gracias a Dios por la bendición que ha dado a la Iglesia con este Papa, rezar pidiendo por él y por el siguiente Papa. Es tiempo también para afianzar nuestra confianza en la Providencia misericordiosa de nuestro Padre Dios, que siempre estará con su Iglesia como Él mismo lo ha dicho: “hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
Por todo esto no nos queda más que decirle: “Gracias, Santo Padre, por el ejemplo de entrega de servicio generoso que nos ha dado”.