La mirada de un amigo. El profesor Francisco Bobadilla refleja en estas lineas su pesar por la partida de Don Rafael Estartús.
Por Francisco Bobadilla Rodríguez. 24 marzo, 2013.Este domingo falleció Rafael Estartús a los 82 años. Un hombre que procuró poner la última piedra en todo lo que emprendía. Se tomó la vida en serio y al mismo tiempo supo encontrar el lado jocoso de la aventura humana. Su firmeza y rectitud siempre estuvo acompañada del bálsamo de la caridad, expresada en acciones cargadas de buen humor que tantos de sus interlocutores recordamos. Se nos ha ido en Domingo de Ramos, al inicio de la Semana Santa. He pensado que hasta en eso ha seguido los pasos de Ramón Mugica, quien falleciera un Viernes Santo de 1991. Ambos eran grandes amigos. Ramón decía que Rafael lo seguía a todos partes. Vino al Perú y al poco tiempo llegaba también Rafael. Pasó a trabajar a la Universidad de Piura y en menos que canta un gallo ya estaba Rafael en Piura.
Basta mencionar el nombre de Rafael entre los muchísimos que lo conocen de su larga estancia en la Universidad de Piura, y salen a relucir innumerables anécdotas cargadas de ingenio y buen humor. Dejo a sus múltiples amigos que las vayan contando. Me alegra haber coincidido con Rafael en muchos escenarios. Lo miro y no me hace falta manuales para entender lo que es una vida santa entretejida con los hilos corrientes y molientes de la existencia humana. Hombre de sobriedad espartana, le bastaba lo puesto y poco más para ir por la vida con el señorío que siempre lo distinguió. Con la elegancia de las almas grandes sabía adelantarse al servicio, en lo pequeño o en lo extraordinario. Era de esos talantes que gozaban en la donación, no se guardaba cosas para sí. Le calza como anillo al dedo aquella canción de los Chalchaleros: “Corazones partidos, yo no los quiero, cuando yo doy el mío, lo doy entero”. Así fue Rafael, un hombre íntegro, sin doblez ni engaño.
Ha dejado un profundo ejemplo de lo que es ser profesor universitario. Con qué ilusión preparaba y daba sus clases de geometría. Y junto a la geometría se interesó con la misma pasión por las relaciones entre la fe y la ciencia. Sus escritos sobre esta materia son aún una magnífica antesala para seguir indagando sobre estas materias en las que se define la cosmovisión de una civilización. Los títulos hablan por sí mismos: “El nacimiento de la ciencia moderna”, “Cosmología: el Big Bang”, “El evolucionismo y su contexto histórico”, “Las máquinas no piensan”, “Evolucionismo, sí; Darwinismo, no”. Pero quizá, lo que más le iluminaba el alma, fueron sus estudios sobre los ojos de la Virgen de Guadalupe y la Sábana Santa. Sabía de estos temas como el que más. La óptica, la física, la informática fueron para él instrumentos finísimos que le ayudaban a indagar en la presencia latente de lo sobrenatural.
Los dos últimos años de la enfermedad que padeció han sido ejemplares. Los derrames cerebrales que sufrió mermaron sus fuerzas físicas e intelectuales, lo que no le impidieron vivir con el mismo desapego y sencillez de siempre. Y casi hasta el final conservó la prodigiosa memoria de la que hacía gala. En las reuniones de familia, no hacía falta ir a wikipedia para tener una primera noticia de algo, bastaba preguntárselo a Rafael: era preciso y exacto. Sólo me queda agradecer a tantos y tantas que durante este tiempo de su enfermedad han estado muy pendientes de él: lo han colmado de atenciones y alegrías que disfrutaba hondamente. Y como para los creyentes la vida no termina sino que sólo se transforma, allí tenemos a Rafael, dispuesto a ser un valedero nuestro ante la Trinidad Santísima: un fuerte abrazo, don Rafa.
Vía tertuliaabierta
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