El aprendizaje de una lengua empieza por el dominio de un elemento básico: su alfabeto (abecedario o abecé); es decir, la serie ordenada de letras que se emplean para representar una lengua de escritura alfabética, como el español. En este sentido, una lectura del primer capítulo de la nueva Ortografía de la lengua española (2010) […]

Por Shirley Cortez González. 24 junio, 2013.

El aprendizaje de una lengua empieza por el dominio de un elemento básico: su alfabeto (abecedario o abecé); es decir, la serie ordenada de letras que se emplean para representar una lengua de escritura alfabética, como el español. En este sentido, una lectura del primer capítulo de la nueva Ortografía de la lengua española (2010) ofrece interesantes datos, quizá desconocidos para algunos.

El español tomó del latín veintiuna letras: A, B, C, D, E, F, G, H, I, K, L, M, N, O, P, Q, R, S, T, V, X, que los romanos empleaban solo en mayúsculas. En el siglo II a. C., el latín sumó dos letras más, tomadas del griego: la Y, “y griega” (o “ye como se recomienda actualmente), frente a “i latina”, y la Z, agregadas al final de la lista.

Sin embargo, el abecedario español cuenta con 27 letras, es decir, 4 más que, aunque ligadas al alfabeto latino, fueron incorporándose a lo largo de la evolución del castellano: la J, la Ñ, la U y la W. En primer lugar, la jota era la variante de la i latina (de ahí que ambas conserven el punto), y ambas podían representar sonidos vocálicos o consonánticos. Pero, a partir del siglo XVI, empezaron a diferenciarse, hasta que unos siglos después la i se fijó como sonido vocálico y la jota, como sonido consonántico, de lo cual dan testimonio palabras como “jurista”, que procede del latín “ius, iuris”; o “jugar”, del latín “iocare” o la misma “jota”, de “iota”. Lo mismo sucedió con la u, variante de la V. Por este motivo, al ser incorporadas al alfabeto español, estas letras se ubican al lado de las que se originaron, anteponiéndose en el orden la vocal a la consonante: i-j; u-v.

Ligada a la uve, está también la W (uve doble o doble uve), que se sumó al alfabeto recién en 1969, a pesar de emplearse ya en el castellano medieval para introducir voces tomadas de las lenguas germanas, pues estas contaban con un fonema que el latín no tenía, pero que se representó en la escritura duplicando la uve (W), por lo que se coloca luego de esta en el alfabeto.

Por último, la ñ deriva del dígrafo “nn”, empleado para representar el fonema /ñ/, inexistente en latín, y que los escribanos abreviaban con una sola ene con una virgulilla encima, para distinguirla de la ene, al lado de la cual se ubica actualmente.

abece

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