César Enrique Ramírez Cortez, mi profe, mi maestro, un consejero, ‘radialista’ de corazón y acción.
Por Cesar Flores Córdova. 29 agosto, 2013.¿Por qué la vida se ensaña con quitarnos, tan pronto, a nuestros seres más queridos? Es la “Ley de la vida”, dicen. Bueno, es cierto, pero es en estos momentos donde más me resisto a aceptar “esa norma”. César Enrique Ramírez Cortez, mi profe, mi maestro, un consejero, ‘radialista’ de corazón y acción. El maestro que confió en mí, sin dudar. Profe, nos tomó la delantera; ese visitante tan temido se lo llevó, ese cáncer que también se llevó a mi madre.
Mientras escribo estas líneas, me paseo por el piso –hoy frío– del Laboratorio de Radio y siento que las paredes absorben su voz, sus frases cortantes se dejan escuchar en plena evaluación. Hoy tomé práctica y sentí que estaba junto a mí, que escuchaba atento mientras movía su cabeza para decirme: ¡Todo va bien! ¡Está en tu guión, César! ¡Síguelo! Hoy me vi en mis alumnos, hoy volví a sentirme universitario y, a usted, mi profesor.
A estas horas, el silencio inunda el Centro de Producción Audiovisual. Su voz se extinguió. La música de su computadora ya no se escucha. Tampoco se oyen los efectos de sonido que tanto le hacían reír. Debo cerrar mis ojos para sentir su presencia en la mesa de conducción, regulando las perillas de la consola y del híbrido, preparando la computadora para un nuevo examen. Mi memoria retrocede y proyecta su imagen de hombre apasionado por el cuidado de sus equipos – ¡Nada se malogra aquí!, me repetía–; lo veo recortando un nuevo artículo periodístico, haciendo sus guiones para enviar sus despachos a las emisoras internacionales: Taipei, Nederland, Deutsche Welle.
Usted decía poco, profe, pero lo afirmaba con certeza y convencimiento. “¡Hueco!”, “ruido”, “bache”, “hable al micrófono”, “me duermo”, “¡No mueva nada!”… Tampoco olvido aquello de “No diga que su programa es chévere… ¡Hágalo chévere!”. La buena enseñanza no se olvida.
Nunca me quedó duda de que la pasión por el programa bien hecho y el respeto al oyente fueron sus mejores enseñanzas durante su paso por la Facultad de Comunicación de la UDEP. Tenga presente que esa reiterada enseñanza entre “escuchar” y “oír” nunca la olvidaremos. Qué más está decirle que hoy todos sus exalumnos recordamos lo aprendido en clase, porque lo oímos con atención, lo escuchamos. Hoy, más que nunca, comprendemos que la vida es fugaz, así como el mensaje en la radio.
Descanse en paz, profe.