Muchos buscan en la caleta de Cabo Blanco huellas de la presencia de Ernest Hemingway entre las ruinas de lo que fue un “Fishing Club” que atrajo a celebridades símbolos del poderío norteamericano, tan ligado al petróleo en aquellos legendarios años 50. El 16 de abril de 1956, cuatro años después de publicar, con éxito […]
Por Carlos Arrizabalaga. 02 agosto, 2013.Muchos buscan en la caleta de Cabo Blanco huellas de la presencia de Ernest Hemingway entre las ruinas de lo que fue un “Fishing Club” que atrajo a celebridades símbolos del poderío norteamericano, tan ligado al petróleo en aquellos legendarios años 50.
El 16 de abril de 1956, cuatro años después de publicar, con éxito inigualable, su relato “El viejo y el mar”, aterrizó en Talara por medio de un conocido (la IPC traía y llevaba equipos y personal), con todos los gastos pagados por la Warner Bros: quieren hacer una película sobre el escritor. En realidad, luego de ganar el Pulitzer en 1953 y el Nobel en 1954 y de haber sufrido un accidente aéreo en África, en el que se le dio por muerto, el escritor era una sensación periodística y cualquier cosa que le pudiera pasar se convertía en primera plana.
Aquí también: corresponsales de El Comercio, La Crónica y La Prensa lo reciben, pero lo único que él quiere es pescar. No pasó nada, atrapó cuatro merlines y se fue. Ninguno tan grande como el de la novela. Santiago, el viejo pescador cubano, un español sin suerte emigrado muy joven a Cuba –por eso también, “un viejo extraño”– existió en realidad. A Hemingway le gustaba pescar desde sus veranos de niño en el lago Michigan. En Pamplona, aprovechó para pescar truchas en el Irati. Pero, le encantaba Cuba y pescar en la corriente del Golfo. Incluso en la guerra, el ejército americano le facilita combustible, aunque sus reportes no servían para nada. Y al final ofreció la medalla del Nobel a la Virgen del Cobre.
Son innumerables los estudios que se han hecho sobre Hemingway y su obra, pero sorprende el descubrimiento que ha hecho C. Harold Hurley: ‘el periódico de ayer’ que Santiago lee al principio de ‘El viejo y el mar’ era exactamente el del 11 de septiembre de 1951; en él se daba cuenta del récord obtenido por Joe DiMaggio, en el juego de los Yankees del día domingo anterior, que sumaba la victoria número 84 de la temporada. El siguiente partido, se prometía también venturoso para el equipo por lo que Santiago confiaba en que su día de pesca, que iba a ser también el número 85, tuviera éxito, y así fue.
Mucho se ha especulado sobre el significado cabalístico o religioso de la cifra (doce por siete), pero en cualquier caso, el escritor quería dirigir al lector (siempre lo hace, como señala Bickford Sylvester) hacia una dimensión histórica y a una localización precisa del espacio del relato, aunque este hubiera podido suceder aquí o en Java, igualmente. Nada hay de Cabo Blanco ni de Java en “El viejo y el mar”. Para Hemingway, la literatura no es solo una metáfora mejor o peor, sino también una porción real de vida que merece ser contada. Y esa vida, la había encontrado en Cuba.