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Por Francisco Bobadilla Rodríguez. 11 febrero, 2013.Don Leonardo Polo (1926-2013) falleció este sábado. Cosas de la vida, la noticia me llegó a mitad de jornada cuando explicaba el papel de las personas en las organizaciones a un grupo de profesionales en Lima. Les había hablado de la importancia de tener una visión amplia, holística o sistémica para entender la complejidad de lo humano. Veía con los participantes la diferencia del dominio despótico sobre las cosas a diferencia del gobierno arquitectónico o político para dirigir a las personas. Los ejemplos iban y venían en ameno diálogo con los ejecutivos del diplomado y lo que les decía no era sino hacer uso de las sugestivas y profundas ideas de don Leonardo sobre estos temas. Lo cierto es que cuando explico asuntos antropológicos al mundo empresarial, la columna vertebral de lo que suelo decir son las enseñanzas que aprendí de don Leonardo en sus libros de filosofía, en muchos de los seminarios que dictó en la Universidad de Piura y en las tantísimas charlas y tertulias en las que pude participar como atento y fascinado contertulio.
Se decía de los patriarcas del Antiguo Testamento que engendraron hijos e hijas. Don Leonardo ha sido un patriarca de fecunda vida espiritual, pues no sólo deja un depósito de enjundiosas enseñanzas, sino que quedan, también, numerosos discípulos que continúan los caminos abiertos por él en el amplio campo del saber, en los que la persona y su destino han ocupado un lugar central de su pensamiento. Y no podría ser de otro modo porque su gran empeño ha sido comprender la vida en toda su actualidad. Bajo su pluma, Aristóteles y Tomás de Aquino se nos hacen presentes para entender qué es y quién es el ser humano. Al igual que san Agustín, su corazón inquieto no descansó hasta llegar a vislumbrar las estructura donal de la persona porque, o llegamos a empinarnos para alcanzar las alturas del amor, o habría que decir –tristemente- que el ser humano es un verso perdido en el mar de letras de la vida.
Don Leonardo fue un hombre de su tiempo y como todo clásico nada de lo humano le fue indiferente. Hay en sus escritos hondura que requiere reflexión profunda y hay, asimismo, fogonazos de buen pensamiento y buena escritura capaces de iluminar y entusiasmar a las inteligencias generosas. Oía las preguntas y empezaba a glosar su respuesta. El arranque era lento y dificultoso, pero al cabo de un rato, comenzaban a fluir las ideas, dichas con la plasticidad del artesano, como cuando el cow boy monta un caballo en un rodeo. Sabía tomar las riendas del pensamiento y conseguía terminar la faena alumbrando los asuntos que abordaba con la originalidad y sencillez del maestro. Su legado intelectual es inmenso y me da la impresión que don Leonardo se encuentra en la liga de los grandes filósofos occidentales del siglo XX.
Me contó Federico Prieto que cuando estudiaba en Roma por los años cincuenta del pasado siglo, un día pasó frente al aula en donde daba clases el gran filósofo y teólogo francés Réginald Garrigou-Lagrange. Al instante, el amigo que lo acompañaba le dijo a Federico: “entremos un rato y así podremos decir que hemos sido discípulos de este gran pensador”. No es este mi caso. Me encuentro entre los que estamos agradecidos por haber escuchado, conocido y tratado a don Leonardo. Soy deudor de muchos de sus hallazgos intelectuales que utilizo en mis clases “a la manera libre de la danza libre” como bien decía Chabuca Granda. Ha sido una fortuna haber pasado con él varias temporadas cortas y largas de sencilla y natural vida de familia. Se ha ido un amigo de la verdad, ciertamente, pero me consuela que ahora es un visionario y amante de la Verdad.
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