Citando a numerosos historiadores, cronistas y documentos, Mariano Fazio argumenta que los fines de la conquista, y posterior poblamiento americano desde Europa, fueron más complejos de lo que creemos.
Por Maria Gracia Bullard. 09 julio, 2015.Monseñor Mariano Fazio presentó en Piura su último libro “Los fines de la conquista: El oro, el honor y la fe” (Ediciones Universidad de Piura), la segunda versión de un estudio completo y revisado acerca de los motivos por los cuales los españoles se aventuraron a conquistar y colonizar América. Citando a numerosos historiadores, cronistas y documentos, argumenta que los fines de la conquista, y posterior poblamiento americano por parte de europeos, fueron más complejos de lo que creemos pero, curiosamente, más sencillos de entender.
Suele comentarse en conversaciones de la vida diaria estos motivos concluyendo en todas ellas en una sola causa. Algunos dirán que los españoles llegaron a América para apoderarse de todas sus riquezas. Otros señalarán que el móvil fue el honor: aquellos que vinieron no tenían un nombre en Europa y buscaron destacar. Por último nos encontraremos con aquellos que piensan que el fin del viaje de Europa hasta América, fue la evangelización de su población indígena. ¿Hasta qué punto estas afirmaciones se acercan a la verdad?
El profesor Mariano Fazio postula una tesis más viable y lógica basada en la antropología humana y explica que “el hombre se mueve habitualmente por un sinnúmero de causas, y sería pecar de reduccionistas si pretendiésemos encontrar un único fin que nos explique (la conquista). Quizá ganaríamos en claridad, pero nos alejaríamos de la verdad”[1].
El móvil más resaltante es la búsqueda de riquezas. Alimentados por los mitos y leyendas de la Antigüedad, estos hombres cruzaron el Atlántico con la esperanza de no sólo hallar una renta segura y acomodada. Pensaron que en estas tierras encontrarían alguno de aquellos gigantescos y deslumbrantes tesoros, tal vez resguardado por un dragón, una inmensa riqueza de la que habían escuchado a alguien contar alguna noche sentados alrededor de algún fuego en España. Tal vez el tesoro más famoso es el de El Dorado. El mito se expandió y se apoderó de los pensamientos de los aventureros. Pero así como El Dorado corrió de boca en boca, también corrió de lugar en lugar: Samoet en un principio, luego se mudaría a Baneque e, incluso, se ubicaría en el sur, en Meta. Desde Cristóbal Colón se iniciaron estas excursiones y batallas que llevaron a muchos a perecer en el intento de encontrar un tesoro y un dragón que solo estaba en empolvadas historias del fondo de su imaginación. Una delicada y peligrosa ambición que hasta hoy es anhelada por muchos.
Lo que no era confundible por fantasía, era el honor que adquirirían al conquistar estas tierras. No por nada muchos de estos hombres dejaron tras de sí sus escritos, crónicas en las que detallan sus sufrimientos y hazañas en favor de la corona y el Cristianismo. Y, por supuesto, si sus contemporáneos no reconocían sus virtudes, los caballeros se auto alababan en sus memorias. ¿Para obtener títulos? Sí, y más. El honor y la virtud sobrepasan la vida del hombre. ¿No es ese un modo de ser inmortal? ¿No seguimos discutiendo en estas páginas sobre Cortés, Pizarro y Bernal Díaz?
No es de extrañarnos que la “la evangelización” fuese, también, un móvil de la conquista. El español renacentista tenía en su cultura un arraigo de sentimiento de evangelización y reconquista. “No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre”, dicen que le había dicho la Sultana Axia a su hijo Boabdil, el último rey de Granada, cuando miraba cómo su reino pasaba a manos de Isabel y Fernando. Esta frase puede o no ser cierta, pero lo seguro es que al finalizar la reconquista de España en 1492, los hombres sintieron que recuperaron sus tierras y, también, su poder religioso. El surgimiento del protestantismo y una larga disputa entre la Iglesia y sus detractores solo fueron otro motivo por el cual la defensa de la fe se caló en los conquistadores. América sería católica frente a una Europa vieja y decaída en la fe.
Bien ha dicho Octavio Paz: “No todo fue horror: sobre las ruinas del mundo precolombino los españoles y los portugueses levantaron una construcción histórica grandiosa que, en sus grandes trazos, todavía está en pie. Unieron a muchos pueblos que hablaban lenguas diferentes, adoraban dioses distintos, guerreaban entre ellos o se desconocían. Los unieron a través de leyes e instituciones jurídicas y políticas pero, sobre todo, por la lengua, la cultura y la religión. Sí las pérdidas fueron enormes, las ganancias han sido inmensas”. El libro del profesor Fazio no hace sino confirmar este aserto del premio Nobel mexicano.
[1] FAZIO, MARIANO. Los fines de la conquista: El oro, el honor y la fe. Páginas 10-11.