Entrevista a un arqueólogo, amante y forjador de la Historia del Perú, ganador del Premio Esteban Campodónico 2015.
Por Claudia Reto. 09 septiembre, 2015.Walter Alva ha visitado varias veces el Campus de Piura de la UDEP, hoy es la primera vez que viene al de Lima. Se deja sorprender por el verde del jardín principal y por el fresco andar de los estudiantes. Aprovechando la coyuntura del pronosticado Fenómeno del Niño le pregunto: ¿Cómo se está preparando el museo para las lluvias? “Las intervenciones que aún están al aire libre, solo las taparemos con tierra; techar una pirámide de más de dos mil metros cuadrados es muy caro”, me dice.
Acaba de ganar el Premio Esteban Campodónico en mérito a su actividad profesional destacada. A pocas horas de recibir el reconocimiento y a 28 años del descubrimiento de las Tumbas Reales de Sipán, hecho que marcó un antes y un después en la historia nacional, se alista para responder preguntas de lo que más sabe: museos, huacos e Historia.
Para un arqueólogo, ¿qué significa huaquear?
Desde el punto de vista folclórico, huaquear significa buscar huacos. Pero, yo prefiero usar el término correctamente y señalar que huaquear es robar tumbas. Si se dice que es una tradición, sería una tradición nefasta, porque no se puede admitir como manifestación folclórica un robo.
Todos los materiales que los huaqueros extraen son bienes que pertenecen a un difunto. No se trata de objetos puestos en un almacén antiguo, o parte de un tesoro. Son bienes puestos en una tumba. Si se roba uno de ellos, se comete un sacrilegio.
En el plano académico, huaquear significa destruir la historia. Las tumbas o monumentos son testimonios de un pueblo o de una cultura, son las páginas de un libro que debemos leer e interpretar. Si se destruyen, se altera lo que los arqueólogos llamamos ‘el contexto’, ese escenario que reconstruye la historia.
Incluso, del lado económico, cuando se destruye o afecta una tumba, se priva a las generaciones futuras de un recurso para su desarrollo a través del turismo. Sobre todo, tiene implicancias en la pérdida de identidad nacional. El Perú es uno de los pocos centros originales de civilización del mundo y eso lo prueban sus vestigios arqueológicos. Si estos se destruyen, se desencadenará una pérdida de identidad.
Usted dirige uno de los museos más importantes del Perú, ¿qué significa para una ciudad tener un museo?
Los museos fueron pensados para ser espacios para presentar las musas de las artes y de las ciencias, y donde disponer elementos que marcan el arte o la historia. Hoy, son espacios para fomentar la identidad, elevar el autoestima y presentar el arte como expresión de la espiritualidad de un pueblo de cualquier tiempo, incluso contemporáneo. Un museo implica un pequeño santuario que debe cumplir con cuatro elementos: exponer, difundir, investigar y educar. Si alguno de estos elementos no se cumple se convierte solo en una colección, en un espacio que no sustenta nada.
¿Cuál es la máxima puesta en valor que puede adquirir un vestigio arqueológico?
Poner en valor un centro arqueológico significa poner los testimonios del pasado al servicio de la comunidad para generar desarrollo. Con una buena cantidad de visitantes, incluso se puede cambiar una región. Lugares emblemáticos como Machu Picchu o las Líneas de Nazca son grandes atractivos que generan una fuente de ingresos. Cuando opera un museo, por ejemplo, se puede generar un gran cambio económico en la ciudad.
Además, en un museo también se puede educar. La cultura no solo implica herencia, sino el reconocimiento de la cultura viva. Un pueblo culto no es solo el que tiene instrucción educativa, sino aquel que tiene actitudes propias, con eso también se va fomentar desarrollo.
¿Qué parte de la Historia del Perú nos falta conocer?
Nos falta profundizar, sobre todo, en el desarrollo de las culturas regionales y en los orígenes de la civilización, que hoy está avanzando a pasos agigantados como con el descubrimiento de Caral. Así, luego se puede conocer cómo fue realmente la creación de uno de los más grandes imperios: el incaico.
Tenemos que ser conscientes de que el Perú es uno de los siete centros de civilización más altos del mundo. Somos una de las regiones del mundo que más ha contribuido al desarrollo de la humanidad, no solo con la domesticación de productos y animales, sino también con sistemas sociopolíticos y tecnologías agrícolas que dominaron el desierto, la selva y el ande.