‘Estoy preocupada, mi niño tiene frecuentes dolores de cabeza’, ‘Mi hija no se concentra en clases’, ‘Mi bebé aún no gatea’… ¿A quién se debe acudir en estos casos?
Por Elena Belletich Ruiz. 06 octubre, 2015.El doctor Luis Miguel Milla, encargado del Consultorio de Neurología Pediátrica del Policlínico de la Universidad de Piura, explica cuándo llevar a los niños al neuropediatra y cuál es la relación entre el psicólogo y el neurólogo. Además, indica que hay que prestar atención a las señales de alerta, en menores de 16 años: retraso en el desarrollo, fracaso escolar o bajo rendimiento, sospecha de déficit de atención o dolores de cabeza persistentes.
Entre las enfermedades neurológicas de mayor frecuencia en niños y adolescentes están: el fracaso escolar o académico; dolores de cabeza reiterados; epilepsia, parálisis cerebral; trastorno de conducta, abuso de sustancias y trastornos de alimentación. Los tres últimos padecimientos se dan con mayor frecuencia en los jóvenes y adolescentes, anota Milla.
Cómo descubrir los problemas
Las consultas más frecuentes ocurren cuando los papás detectan algún problema: retraso en el desarrollo, hiperactividad, falta de atención. “Otro grupo que evaluamos con frecuencia son aquellos niños que nacieron prematuros (cada vez son más) o que tuvieron algún tipo de problema al nacer. Los seguimos periódicamente para asegurarnos de que todo marche bien en cuanto a su desarrollo”.
Por otra parte, “hay una fuerte carga genética en muchas enfermedades neurológicas. Asimismo, el sobreestímulo (o falta de él) del niño pequeño puede causar problemas en el desarrollo”, dice Milla.
Factores externos y salud neurológica
Los factores externos juegan también su rol, en la salud neurológica de las personas (o en la falta de ella), aunque la forma como se desarrolla venga programada genéticamente. “A veces, esa programación no se cumple, debido a factores externos: físicos (desnutrición, anemia, enfermedades crónicas, insuficiencia renal, fibrosis quística, cardiopatía congénitas, etc.); factores sicológicos (violencia familiar, pobreza extrema, abandono moral y social, situaciones de guerra, conflictos, etc.).
En cuanto a las nuevas tecnologías, estas también tienen impactos positivos y negativos. Por ejemplo, dice Milla, en el aprendizaje: “a algunos niños (los más grandecitos) les resulta mucho más fácil aprender a través del procesamiento de la información en imágenes, gráficos, juegos interactivos. Sin embargo, la exposición muy temprana a estas tecnologías puede hacer que el cerebro del niño se programe para aprender ‘exclusivamente’ de esa forma y le quita un poco de flexibilidad”.
Por otra parte, la alimentación es fundamental para la salud mental de las personas. “Existen muchos estudios que demuestran que la desnutrición temprana, sobre todo la que ocurre en los 2 primeros años, puede ocasionar efectos, a veces, irreversibles sobre el desarrollo cerebral. Lo que ocurre en el cerebro en los primeros meses es de suma importancia para lo que viene después. Los niños desnutridos no lleguen a alcanzar el potencial de inteligencia máxima”, explica el médico.
La familia y la seguridad neurológica
En la década de los 40, indica Milla Vera, se empezó a gestar en Inglaterra el concepto “el llamado ‘apego’ o ‘vínculo’. Bowlby fue el primero en llamar la atención sobre el efecto de la relación del niño y su madre (sobre todo en los primeros años), con la salud mental de las personas. Este concepto, recogido por muchos investigadores de la época, fue trabajado a lo largo de las décadas del 50 al 70. Winnicott, también inglés y Stern, norteamericano, figuran entre los científicos que ayudaron mucho al desarrollo de esta teoría”.
Actualmente, “existe mucha evidencia de que el tipo de relación de un niño con su madre, o su padre, o alguna figura que represente el rol de ‘cuidador’, especialmente durante los dos primeros años, influye en su bienestar y salud mental para el resto de su vida y, por supuesto, también en la normalidad de su desarrollo neurológico”.
“Los niños necesitan de sus padres. Importa no solo la cantidad sino la calidad de tiempo que reciban. Lamentablemente, a veces se hace difícil compatibilizar trabajo y tiempo con la familia. Esto puede influir negativamente, desde el punto de vista emocional; a la vez, los temas emocionales repercuten en el desarrollo neurológico de los niños”.
Por ello, anotó, es recomendable que los papás que trabajan fuera del hogar “optimicen el tiempo que están en casa, les proporcionen tiempo de calidad a sus hijos, menos televisión y más interacción con ellos”, subrayó.
Además, explica que el crecimiento en el seno de familias disfuncionales afecta en gran medida este bienestar neurológico de la persona. Hay que recordar que la personalidad es “la suma del temperamento y este es la ‘manera de ser’ intrínseca de cada persona, que viene ‘programada’ en los genes, pero es influenciada por las experiencias y la educación que va teniendo un niño en sus primeros años. Es decir; temperamento + experiencias de vida = personalidad. Las experiencias que puede vivir un niño en el seno de una familia disfuncional van generando patrones mal adaptativos que se van a repetir y perpetuar en el futuro”, asegura.
La prevención en el hogar y en las escuelas
Los padres deben estar muy atentos al desarrollo del niño y llevarlos a su control de niño sano. Así, el pediatra verificará si el desarrollo del niño es normal. “Además, debe haber una buena comunicación entre padres y profesores; así, los papás tienen la oportunidad de enterarse, precozmente, cuando el niño o el adolescente tiene problemas conductuales o de aprendizaje que puedan requerir de mayor atención y cuidado”.
Entonces, los padres y los maestros, dice Milla, son los principales actores en la detección y prevención de estos problemas, por lo que su comunicación debe ser constante. “Los papás deben tener una participación productiva en la formación de sus hijos y no dejar todo ‘en manos’ del colegio. La responsabilidad es compartida; pero, fundamentalmente es de los padres”, indica.
Psicólogos y neurólogos
Hasta aquí, a muchos nos habrá parecido que los males neurológicos son también sicológicos y no estamos muy lejos de la verdad. Estos profesionales, psicólogo y neurólogo, realizan actividades complementarias.
El primero, “cuenta con las herramientas de evaluación y de intervención para una serie de dificultades en el proceso de aprendizaje o emocionales, por ejemplo. Por otra parte, los neurólogos pediatras colaboramos en el diagnóstico. Nos aseguramos de que los problemas en el desarrollo o en la conducta o en el aprendizaje no sean consecuencia de enfermedades más graves, que se puedan presentar con síntomas parecidos, como tumores cerebrales, enfermedades metabólicas y degenerativas, intoxicaciones crónicas, etc. Y, en algunos casos, indicamos un tratamiento complementario con pastillas o medicamentos”.
Milla Vera señala que el papel de los psicólogos también es fundamental. “Cuentan con la formación, preparación y experiencia necesarias para detectar y ayudar a corregir muchos de los problemas de aprendizaje, de conducta, de atención, de concentración, emocionales, etc.”.