Actualmente, 47 de los 130 parlamentarios elegidos el 2011 dejaron el grupo en el que postularon. El especialista en Opinión Pública analiza el efecto de este comportamiento en la ciudadanía.
Por Tania Elías. 03 noviembre, 2015.
El Congreso elegido por los peruanos en el proceso del 2011, no es el mismo de hoy. En este tiempo, a la voluntad popular se impuso el interés personal de los parlamentarios para renunciar a sus bancadas, cambiarse de camiseta o proclamarse independientes; y el de grupo, para expulsar a quien no estuviera de acuerdo con el ideario o las formas de negociar los temas importantes del país. De los 130 parlamentarios, 47 dejaron su bandera a un lado. De 6 partidos con los que se inició el gobierno, ahora hay 10 “fuerzas”. La institucionalidad no se logra y la democracia es la más afectada.
Para el doctor Fernando Huamán, experto en Opinión Pública, esta situación aleja cada vez más al ciudadano del sistema, por la decepción que le genera la actuación de los políticos. El país en su conjunto –y no solo la clase política– sufre una crisis de identidad democrática, afirma.
A partir de las acciones de los congresistas, cuestionada en los últimos gobiernos, ¿cuál es la percepción de los ciudadanos sobre el Parlamento?
El argumento no es nuevo, pero lamentablemente es la realidad: el país en su conjunto –y no solo la clase política– sufre una crisis de identidad democrática. La ciudadanía no vota por candidatos que reflejen un estilo de gobierno –una idea de país– sino que prefieren las propuestas pragmáticas, las soluciones concretas. Aunque lo concreto es lo más atractivo para el elector, sí es un problema institucional el hecho de que, en el caso de los parlamentarios, las promesas atractivas no se conecten con las estructuras ideológicas de los partidos políticos. Estamos llenos de promesas, pero en su gran mayoría desarticuladas.
¿En qué punto estaría el problema y cómo se podría solucionar?
Si bien es cierto el descrédito político ha aumentado por los actos de corrupción de los parlamentarios, el origen de la enfermedad está en un sistema que no vehiculiza la participación ciudadana, y que nos deja a merced del circo de las campañas. Por ello, es fundamental repensar la ley de partidos políticos y fortalecer las estructuras de participación. Este congreso nos deja una deuda en ese sentido: no se han potenciado los canales de fiscalización de los partidos y, según la experiencia de las últimas elecciones, los principales problemas siguen estando en la falta de democracia interna. El sistema está enfermo y favorece la vulgarización del discurso electoral en su conjunto. En pocas palabras, la falta del credibilidad del parlamento no es solo culpa de los parlamentarios, sino fruto de unas estructuras (partidarias y estatales) que alejan a los ciudadanos de la política.
Acciones como renuncias a bancadas para formar nuevos grupos o irse a otros, ¿qué podrían comunicarle al ciudadano, con respecto al sistema democrático en el que se supone que la conformación de partidos políticos reúne intereses e ideologías basadas en el bien común?
Cuando un congresista abandona su bancada y renuncia a su partido en pleno ejercicio del poder, las interpretaciones pueden ser múltiples. Hablar de aciertos o desaciertos es algo que se tendría que analizar en cada caso y según la coyuntura en la que se realizó la renuncia. Sin embargo, hay una idea de fondo que sí queda en el ciudadano: los partidos no son leales ni a un estilo ni a una idea de gobierno. Viendo las actuales renuncias, bien podríamos pensar que los partidos políticos son como un equipo de fútbol sin hinchada, donde el público que pagó su entrada solo quiere ver los logros de un jugador y no el resultado del equipo en su conjunto. Este es el absurdo –empleando la metáfora del fútbol– que vivimos cuando los partidos políticos son únicamente plataformas electorales y no espacios para concretar visiones de país. Como los partidos carecen de identidad institucional –no tienen líneas directrices sólidas– no es raro que, en el camino del gobierno, puedan sufrir metamorfosis y más de un representante quiera cambiar de equipo. Este clima institucionalmente débil explica, entre otras cosas, el transfugismo.
¿Hay algún estudio que señale cuál es el perfil del político actual o qué esperan los ciudadanos sobre el político?
Frente al descrédito de la clase política –y de la política en general– no existe un único perfil político en el panorama peruano. De hecho, más un autor coincide en que, además del voto duro que puedan tener determinadas opciones– la ciudadanía es una olla a presión que, en lugar de botar vapor, expulsa decepción y pesimismo. Cuando estamos frente a un electorado decepcionado –porque percibe que siempre ha sido engañado– esa fuerza de decepción termina yendo hacia sectores que, en principio, no representen más de lo mismo. Por eso, es entendible que gran parte del electorado espere un outsider o esté impresionado por candidatos que hace unos meses los analistas no tenían en el panorama. También es cierto que este impulso de la opinión pública –si no es acompañado de un discurso sostenible y atractivo– puede decaer más adelante volviendo a elegir entre los candidatos tradicionales.
¿Qué busquen la reelección es una decisión bien vista por los peruanos?
Aunque más de una encuesta señala que la reelección es rechazada por los ciudadanos, no es un tema que preocupe o resulte determinante para los peruanos. Tal y como están los partidos políticos y nuestro sistema de elección con voto preferencial, lo determinante para el elector es la propuesta concreta.
¿Qué debería cambiar en los políticos, entre ellos los congresistas, para contribuir a mejorar la opinión en la política peruana?
Podría realizarse un llamado a campañas políticas más inteligentes, que lleven ideas, y que no banalicen el discurso público con payasadas electorales… pero eso no va a pasar. El panorama no va a cambiar porque en un sistema de participación débil, en el que la ciudadanía no está interesada por una agenda social sólida, primarán las “estrategias electorales” que buscan capturar con la novedad y el espectáculo. O se trabaja en una reforma integral de los canales de participación –aquello que conforma el Estado Comunidad– o el panorama no cambiará en el futuro.