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Nov

2015

Una palabra malvada: competencias profesionales

El concepto de competencia profesional ha evolucionado en varios escenarios, considerando la complementariedad de diversos aportes históricos, desde una perspectiva interdisciplinaria, flexible y abierta.

Por Dante Guerrero. 03 noviembre, 2015.

columna_dante_guerreroPor Dr. Dante Guerrero
Decano de la Facultad de Ingeniería
Universidad de Piura
Cada vez más, las exigencias para cubrir un puesto se definen en términos de competencias (Levy-Leboyer). La palabra competencia es muy popular y tiene diversos significados, según los contextos; y múltiples aproximaciones conceptuales, con matices distintos de la ‘competencia’. Un estudio bibliográfico, de Stoof, Martens y Merriënboer, constata que este concepto corresponde a la categoría de “wicked words” (palabras malvadas). Estas son difíciles de delimitar y es casi imposible llegar a un acuerdo global sobre su contenido.
El concepto de competencia profesional ha evolucionado en varios escenarios, considerando la complementariedad de diversos aportes históricos, desde una perspectiva interdisciplinaria, flexible y abierta. El rápido desarrollo de las tecnologías de la información, las comunicaciones y la innovación de los sistemas digitales representan una revolución que ha cambiado el modo de pensar, actuar, comunicar, trabajar y ganar el sustento.
El acto de trabajar, a través de la historia, ha llamado la atención y se ha interpretado de diferentes formas. Desde los conceptos que lo desvalorizaban, en la “polis” griega, encarnados en sus filósofos más insignes, hasta el sentido trascendente que se le da actualmente.
En la industria moderna, la división del trabajo y la operación de la maquinaria se puede adaptar a modelos de entradas y salidas más estandarizadas, lejos del quehacer artesanal, impredecible y siempre sujeto al querer del artesano. Este nuevo modo de pensar fue sintetizado a principios del siglo XX por Taylor y Fayol: “en la dirección de empresas se buscará también emular los modelos matemáticos y observables”, olvidando al hombre, reduciéndolo a un simple operador impersonal, perfectamente sustituible.
En este contexto, la tradición británica genera un sistema de educación y formación en el puesto de trabajo, heredero de su larga tradición gremial y la revolución industrial, que se fue adaptando a los cambios, desde el siglo XIX. En el análisis sobre esta pérdida de competitividad se encontró, entre sus causas, a las “trampas de la baja habilidad”. Estas se dan por un bajo nivel de entrenamiento laboral, adecuado solo para mercados de poca complejidad, que requieren habilidades básicas, pero insuficientes para competir en sectores y actividades de calidad, especialización y valor agregado elevados. En esas circunstancias, se aceptó la responsabilidad de establecer un sistema nacional de normas y calificaciones profesionales en la educación post escolar y la capacitación.
Las competencias se conciben como habilidades que reflejan la capacidad del individuo y describen lo que puede hacer, no lo que hace. Este enfoque, pondera previamente la conducta de los individuos en el desempeño de la tarea y observa resultados específicos en un contexto determinado. Así, se define el puesto de trabajo en términos de las características de estas personas; sin embargo, la limitación crucial de este enfoque es que no considera otras dimensiones personales.

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