Apareció la nueva encíclica del Papa Francisco. Su título, “Laudato Si”, Alabado seas, en el más poético estilo de Francisco de Asís. Una encíclica social que se suma a la tradición del Magisterio de la Iglesia desde la “Rerum Novarum” de León XIII en 1891. No es una encíclica verde, es teología moral que nos […]
Por Francisco Bobadilla Rodríguez. 22 junio, 2015.Apareció la nueva encíclica del Papa Francisco. Su título, “Laudato Si”, Alabado seas, en el más poético estilo de Francisco de Asís. Una encíclica social que se suma a la tradición del Magisterio de la Iglesia desde la “Rerum Novarum” de León XIII en 1891. No es una encíclica verde, es teología moral que nos recuerda la íntima relación entre las criaturas de esta nuestra casa común, en donde el ser humano tiene la responsabilidad de labrar y cuidar de este jardín del mundo.
“Laudato Si” es un texto iluminado por principios, criterios de acción y directrices concretas que ayudarán a reflexionar en profundidad alrededor de la gran propuesta de Francisco: una ecología humana sensible a los gemidos más hondos del ser humano en continuación con el respeto y cuidado de la naturaleza. Vida en todas sus expresiones, vida en su origen. Valor de todas las criaturas en sí mismas, pequeñas o grandes. Dignidad y derecho a la vida del embrión humano, clamor de la tierra y clamor de los pobres.
No hay ecología, sin una adecuada antropología, dice el Papa Francisco. El déficit antropológico está en la raíz de los dos grandes disolventes que amenazan el largo plazo existencial de la humanidad. De un lado, la euforia de la tecnociencia arrasadora en sus pretensiones hasta del punto de exprimir a la hermana tierra o a la hermana agua, “humilde, preciosa y casta”. En el otro extremo, la cultura del descarte lleva implícito un afán desmedido por consumir, tener y desechar. En ambos casos, esta actitud de dominio despótico hace perder de vista que “nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo”.
Ya tenemos el reto por delante: pasar de una cultura del dominio a una cultura del cuidado. La salida pasa por el corazón y la cabeza del ser humano. En este sentido “la espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad del gozar con poco”. De ahí que “una ecología integral implique recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar de nuestro estilo de vida, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en los que nos rodea, cuya presencia no debe ser fabricada sino descubierta”.