El ingreso a la Universidad trae una serie de cambios para un joven o un adolescente. Quien no pueda manejarlos, y adaptarse a la nueva etapa, seguramente tendrá al estrés entre sus ‘compañeros’ de clase.
Por Kattia Alvarado. 23 junio, 2016.La vida universitaria trae mayor exigencia, otras responsabilidades, nuevos amigos, etc. La realidad familiar y el contexto social para algunos sigue igual; pero, otros deben salir de sus pueblos y adaptarse a distintos ambientes. Quien no pueda manejar estos cambios y enfrentar las dificultades, seguramente tendrá al estrés entre sus ‘compañeros’ de clase.
El estrés se da en casi todas las actividades y contextos de la acción humana; también en los universitarios, donde hay un grado elevado de estrés académico. Los estudiantes tienen más presión para ser mejores en corto tiempo y la responsabilidad de cumplir las obligaciones académicas; y, en ocasiones, sufren la sobrecarga de tareas y trabajos.
Además, tienen la presión de los profesores, de sus padres y de ellos mismos, lo que les genera mucha ansiedad, inadecuada autoestima y ponen en duda su capacidad. Muchas veces se valoran (o son valorados) ‘numéricamente’ solo por los resultados no por el esfuerzo y empeño, esto puede redundar negativamente en su rendimiento académico y en su salud física y mental.
El estrés académico
Es un estado de tensión física y mental que se genera como respuesta a las demandas que perciben los estudiantes. En sí mismo, el estrés no es algo ‘malo’ pues impulsa a conseguir objetivos, incluso puede ser saludable si se maneja eficazmente: ayuda a desarrollar nuestra creatividad y es la oportunidad de lograr bienestar y satisfacción personal. Sin embargo, si se prolonga o intensifica puede causar serios trastornos físicos y/o emocionales que afectan el desempeño de la persona en sus diferentes ámbitos.
Hay varios factores que pueden desencadenar su mal manejo, entre ellos: no organizar bien los tiempos y tareas; excesiva carga de actividades y trabajos, escaso descanso, presiones externas o internas, competitividad excesiva, ambientes inadecuados de estudio; temores asociados a los exámenes; pensamientos y sentimientos negativos de sí mismo; carencias económicas; conflictos de los padres o entre padres e hijos, etc.
Síntomas: no los pierda de vista
Muchas veces se piensa que solo el estado de ánimo se relaciona con el estrés. No es así, hay factores cognitivos, conductuales, fisiológicos, emocionales, como: dificultad para mantener la atención y concentración; reducción de la retención memorística; resolución de problemas con un número elevado de errores; falta de lógica y coherencia en los pensamientos, etc.
En lo emotivo: dificultad para mantenerse relajado, impaciencia, irritabilidad, desánimo, descenso del deseo de vivir y de la autoestima. En lo conductual y fisiológico: tartamudez, descenso de fluidez verbal y de entusiasmo por las aficiones o pasatiempos favoritos; ausentismo académico, incremento de consumo de alcohol, café u otros; cansancio, agotamiento, insomnio o extrema necesidad de dormir; dolores físicos (cabeza, cuerpo y/o malestares estomacales); palpitaciones y sudoración constante, etc.
‘Herramientas’ contra el estrés
Enunciamos algunas medidas que ayudarán a combatirlo; en algunas, se recomienda que participe la familia:
- Identificar los factores de estrés, para procurar eliminarlos.
- Actitud positiva ante las situaciones que enfrenta.
- Fomentar la autoestima: apreciar las fortalezas propias, relacionarse con gente que nos valore; no guardarse los sentimientos y pensamientos que desee expresar.
- Evitar tratar de complacer a todos; procurar desarrollar un pensamiento positivo y constructivo de las cosas centrándose más en las posibles soluciones.
- No dé a las cosas más importancia de la que tienen: algunas veces no se logra lo que se desea; pero cada ocasión es una oportunidad de aprendizaje.
- Comunicación asertiva, aprende a decir ¡No puedo!
Para el bienestar físico:
- Relajación física y mental, a través de la imaginación y respiración adecuada.
- Realizar pequeñas pausas durante la jornada de estudio y suaves ejercicios, como estiramiento del cuerpo.
- Propiciar el contacto con la naturaleza.
- Respetar las horas mínimas de sueño.
- Ingerir 3 comidas diarias, a horas fijas, masticando correctamente los alimentos.
- Consumir frutas, verduras y cereales integrales en cantidad suficiente.
- Practicar ejercicio o algún deporte que ayude a relajarse y a dormir mejor.
En actividades académicas:
- Planificación personal del tiempo, objetivos y actividades.
- Horario de actividades que permita cumplirlas, sin exceso de presión.
- El aprendizaje debe ser gradual, diario, para no correr el último día.
- Una sesión de estudio no debería exceder las tres horas.
- Tener descansos de 5 a 10 minutos cada 45 minutos.
- Procurar estudiar durante el día, pues el cuerpo está menos cansado y es mejor trabajar con la luz natural.
- Empezar por las tareas o temas más difíciles.
- Leer en casa, el día anterior, lo que el profesor tiene previsto explicar al día siguiente.
- Revisar lo que se ha visto durante el día: resultará más fácil entender y asimilar.
- Si tienes dudas, consulta a tus profesores y/o reúnete con otros compañeros.
Cómo rendir un buen examen
- Evita atiborrarte de conocimientos.
- Descansa bien, para rendir al máximo.
- No hables sobre el examen en los momentos previos.
- Revísalo bien y administra el tiempo.
- Analiza las expresiones de las preguntas.
- Haz un esquema mental antes de responder.
- No te desesperes: la mente funciona asociativamente, aparece un dato y luego llega otro.
- (Artículo publicado en el suplemento Semana de El Tiempo, el 12 de junio de 2016)