Un propósito irrenunciable en nuestra agenda este 2018 será el de amar cuanto podamos... y más, porque como decía aquel popular juguete, podremos hacerlo “hasta el infinito y más allá”;
Por Mariela García Rojas. 15 febrero, 2018.No hay mayor privilegio en el mundo que saberse amado(a). En nombre del amor, cuantos ruegos ocultos o deseos expresos se han pronunciado y seguirán invocándose por personas de toda condición y edad. Solteros y casados se rinden ante el amor, lo procuran y lo buscan, aunque sean conscientes de la enorme complejidad y el aprendizaje personal que supone ponerlo por obra y expresarlo: “¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?” (Pessoa).
Con el paso del tiempo nos reafirmamos en el valor supremo del amor y de su irrestricta finalidad por encima de otros bienes. Hemos madurado y nos resulta más sencillo distinguir lo importante de lo superfluo. Las personas son dignas y merecedoras de nuestro amor. La vida regala siempre oportunidades para ensanchar el corazón y la calidad de nuestros afectos.
Ordinariamente escuchamos que toda persona debería tener alguien que la ame, pero es al revés: toda persona debería tener alguien a quien amar y procurar hacerlo con la mayor perfección humana posible. Menuda tarea que nos mantendrá ocupados en una magnífica y trascendental labor. Nuestros pensamientos, acciones y decisiones se orientarán priorizando a quienes amamos.
Cada vez con menor esfuerzo, nuestros propósitos y motivos tendrán nombres concretos que lo valen absolutamente todo. Por fin el amor ha tocado nuestra puerta. Estaremos en sintonía con la letra de aquella vieja canción del renombrado cantante español: es siempre más feliz quien más amó; y ojalá cada uno pueda añadir y ese siempre fui yo.
Un propósito irrenunciable en nuestra agenda este 2018 será el de amar cuanto podamos… y más, porque como decía aquel popular juguete, podremos hacerlo “hasta el infinito y más allá”; resultando beneficiados de las bondades de luchar cada día por la mejora personal, mirando con más atención la viga en el ojo propio que la paja en el ojo ajeno de nuestros amados. Según Tolstoi “a un gran corazón, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa”, y es que, paradójicamente en estos tiempos el hombre le tiene tanto miedo a la soledad como al amor, al que esquiva intuyendo el sacrificio que sin duda supone, pero privándose de la inmensa dicha que origina.