El doctor Juan Pablo Viola, de la Facultad de Humanidades, explica el motivo principal de la Marcha por la Vida, que se realizará el 5 de mayo.
Por Juan Pablo Viola. 30 abril, 2018.Para el próximo 5 de mayo se ha convocado en Lima a una marcha pública en favor de la vida y la familia. Aunque la convocatoria la hace el Arzobispado de Lima, en este artículo, expongo por qué los argumentos para participar en la marcha trascienden el credo católico y cualquier otro, y son una invitación a cualquier persona de buena voluntad.
Desde un punto de vista existencial, la familia y la vida son dos realidades que se constituyen como lo que son para todo ser humano sin importar su raza, credo, nacionalidad o creencia política. En este sentido, son algo esencial a todo hombre y mujer.
La vida es llamada “sagrada” por varias religiones, y así lo recogen también varias cartas internacionales de derechos humanos. “Sagrado” significa, en un contexto que incluye lo religioso pero que va más allá de él, algo dado al hombre de modo totalmente gratuito y que, por esta y otras razones, merece un respeto absoluto. Ese respeto absoluto se manifiesta en su no manipulabilidad, en su inviolabilidad, en la imposibilidad de ser objetualizada y en su carácter intimísimo a cada hombre. Todo esto surge, lo enfatizamos, del carácter donal del elemento “vida”. Lo que el hombre no fabrica, lo que no crea, lo que escapa a su sabiduría y su ciencia, no debe, por un deber que le viene de su misma humanidad y que hace explotar cualquier categoría jurídica, ser violado, mercantilizado, reducido a bien de consumo y puesto al servicio de intereses políticos, financieros o ideológicos.
La vida puede (y debe, en el contexto de nuestras democracias contemporáneas) ser regulada y ordenada desde las instituciones, de esto no cabe ninguna duda, especialmente en orden al cuidado de los más vulnerables (los no nacidos, por ejemplo), enfermos, discapacitados y ancianos. Sin embargo, toda reglamentación del respeto absoluto a la vida debe siempre quedará corta por su propio carácter, y ante los abusos que sufre.
Hay en el hombre una misteriosa tendencia, una especie de “pulsión tanática” y prometeica, a atentar contra la vida y su significado. Como una especie de tentación que el hombre le dirige al Creador de la vida. Contra esta pulsión, aunque la encontremos en nosotros mismos, hay que rebelarse y, si es necesario, marchar.
La vida es, en este sentido, un derecho inalienable, y también una responsabilidad absoluta. Nadie nos la puede quitar y nuestro compromiso con ella puede, paradójicamente, llevarnos a tener que entregarla por otros.
Con la familia pasa algo parecido, a veces más difícil de intuir. La familia también tiene un carácter sagrado, en el sentido de que también es algo que nos es dado y que, según años de estudios científicos de la ecología humana, es un nicho especialísimo e irremplazable para el crecimiento y cuidado del propio yo. La familia, en sus variantes existenciales y en su rica diversidad, estructura la civilización humana, en Oriente y Occidente, como la conocemos actualmente. La humanidad sería distinta si la familia no existiera o si fuera completamente diferente a como la conocemos. De ahí, nuevamente, el respeto absoluto que le debemos. La familia no la hemos inventado, es “funcional”,por naturaleza, a la humanidad de cada persona. En ella, desarrollamos un yo equilibrado y maduro, y de ella es fruto la sociedad organizada y avanzada que tenemos actualmente.
Por todas estas razones, es un deber de justicia hacer público el respeto absoluto que le debemos a la vida y a la familia, en todas las instancias, e ir contra esos inexplicables ataques que desde siempre vienen sufriendo. La Marcha por la Vida del próximo 5 de mayo se presenta como una oportunidad especialísima para todos aquellos que, por creencia o buena voluntad, quieren con su presencia simbolizar ese respeto que solo el hombre le debe a esas dos realidades esenciales.