Quien ama sabe que la dilección es una característica corriente del amor verdadero. Los amantes, porque se aman, anhelan entregarse recíprocamente ellos mismos y todo lo que son; han optado por una comprometida donación mutua.
Por Mariela García Rojas. 04 febrero, 2019.Mientras el amor espontáneo radica en el instinto y en el sentimiento, solo la “dilectio” (el amor de elección) reside en la voluntad del amante, quien opta libremente por amar, a quién amar y cómo amarle. Cada voluntad de los amantes dispuestos a casarse debiera presuponer el conocimiento de la responsabilidad de la vida que se asume en adelante.
Quien ama sabe que la dilección es una característica corriente del amor verdadero. Los amantes, porque se aman, anhelan entregarse recíprocamente ellos mismos y todo lo que son; han optado por la comprometida donación al otro.
A eso nos hemos comprometido cuando suscribimos el acuerdo más importante de nuestras vidas: “Yo me entrego a ti, y prometo serte fiel, en lo favorable y en lo adverso, con salud y enfermedad y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”.
Llena de esperanza ver cómo muchos jóvenes continúan descubriendo el valor de la exclusividad del amor y apuestan por una unidad debida y de vida. Reconocen que el amor tiende a la perpetuidad y permiten que sigan resonando en nuestros oídos esas palabras impregnadas de amor comprometido que nos conmueven a todos, al oírlas en las bodas a las que asistimos.
Podemos recomendar pensar, juntos, en metáforas o analogías que les ayuden para comprender el matrimonio de manera más gráfica. Entre las más rigurosas está la del Génesis: “Y abandonará el hombre a su padre y a su madre y serán una sola carne (una caro)”. San Juan Crisóstomo califica al matrimonio como un misterio: “Realmente es un misterio, un gran misterio, el que, dejando a quien lo procreó, a quien lo engendró y crió, y a la que lo dio a luz con dolores, a los que le hicieron tantos beneficios y vivieron en familiaridad con él, se una a quien nunca ha visto, con la que no tuvo nada en común, y la prefiera a cualquier otra cosa”.
Nos enfrentamos a un curioso descrédito del matrimonio. Como el matrimonio fracasa, la culpa se la echa a la institución más que a las personas. No dejemos de maravillarnos jamás ante la grandeza de lo que hemos fundado y del compromiso asumido de “querer querer” a alguien concreto. Que esa promesa sea la que no queramos dejar de cumplir nunca.