Hoy, 14 de febrero, se celebra el 90 aniversario de la incorporación de mujeres en la Obra de Dios, más conocida como Opus Dei.
Por Mariela García Rojas. 14 febrero, 2020.Visto este hecho (90 años de creación de la sección femenina del Opus Dei), casi un siglo hacia atrás, pienso que pone de manifiesto al menos dos cosas: la fidelidad y la fe de su fundador (San Josemaría Escrivá) para secundar el querer de Dios y su visionaria perspectiva para no eximir a la mujer de estos planes humanos y divinos.
La historiadora Inmaculada Alva rememoró en su conferencia «Mujeres que rompieron barreras”, cómo a las primeras mujeres del Opus Dei les atrajo el mensaje de San Josemaría de encontrar a Dios y servir a los demás a través de su trabajo profesional; y el que participaran en actividades vinculadas a la cultura, la comunicación, la educación, la empresa, la arquitectura o la medicina. La vocación profesional humana y divina se fundían como una sólida unidad en estas mujeres de vanguardia. Todo un mar sin orillas y de buena cosecha gracias a una bienhechora siembra.
Propios y extraños tenemos conocimiento, en un mayor o menor grado, de que del Opus Dei se ha dicho, escrito y pensado mucho bueno y no tan bueno. Fiel reflejo de nuestro tiempo y de todos los tiempos; hecho además que no llama la atención ni causa extrañeza en un mundo híperconectado, globalizado y con tantas posibles visiones y opiniones como personas.
Entre las cosas que más suscitaron mi atención cuando, décadas atrás, conocí el espíritu del Opus Dei, fue que se decía que era una gran familia. Esto no calzaba con mi concepción de familia natural y biológica. Su fundador y sucesores hacían las veces de padre, sus miembros se consideran entre sí como hijos suyos y hermanos en la fe, con independencia de que se trate de miembros numerarios, supernumerarios o agregados. Comprendí cómo las distintas formas de responder a la vocación obedecían a las circunstancias personales y el grado de disponibilidad de las personas; en cambio no representan una jerarquía o rango.
Es mejor aquel que lucha por amar más a Dios; esa es la medida. Tiene lo suyo plantearse una vida de cara a Dios y actuar en los distintos ámbitos de la existencia bajo el convencimiento de que todo cuenta y que nada es irrelevante para ser feliz en donde uno está, y hacerlo, “amando al mundo apasionadamente”, en palabras del fundador.
El grato ambiente de cariño, vivido con naturalidad, la formación humana y doctrinal que se imparte y beneficia no solo a sus miembros sino a cualquier persona que con libertad la anhela y requiere, el cuidado de las cosas pequeñas, el sentido de lucha y la visión trascendente del trabajo profesional realizado dentro y fuera del hogar, así como la diversidad reinante de perfiles, competencias humanas y opiniones, la asemejan a cualquier otra familia humana. Ni más ni menos.
En el Opus Dei, hay además familiares y amigos cercanos que son llamados cooperadores, hombres o mujeres, cristianos, no católicos, personas de otras religiones, o quienes no profesen ninguna, que ayudan en la tarea de promoción humana y social que se realiza a través de las diversas labores apostólicas de la Obra. Ya se ve que esto de la inclusión no es moda reciente.
Por experiencia propia, corroboramos cómo en tantas familias, se entretejen circunstancias excepcionales: hijos maduros y aquellos que nos enseñan que cada fruto tiene su tiempo, rupturas salvadas y definitivas, tiempos de escasez, gozo, sacrificio, faltas de fidelidad, personalidades tan brillantes como complejas y distintas, modos de ser y de actuar únicos, irrepetibles maneras de experimentar y manifestar la alegría, la entrega, diferente capacidad para perdonar y comprender, para servir y ayudar, para querer, para comunicar (escuchar y dialogar).
Lo de tal palo tal astilla tiene sus límites y sus visos. Cuando he tenido oportunidad de escuchar comentarios negativos acerca del Opus Dei he respondido, breve y serenamente, son cosas de familia; realmente lo pienso así. Cada miembro es responsable y autónomo de la percepción que genera su actuación y sus decisiones y cómo estas contribuyen al bienestar familiar u ocasionan un mal y la afectan; aunque esto ocurra, como pasa tan frecuentemente sin buscarlo ni quererlo. Errar es humano, pero esto no tacha ni de lejos el bien que también se produce y mantiene su vigencia y resultados –muchos además no los llegaremos a conocer-.
Con sus más y sus menos, lo vivido en nuestras propias familias, estoy segura de que no lo cambiaríamos por nada, y menos por nadie. It´s ok not to be totally ok; basta con ser lo suficientemente felices y no perderse en el maremágnum de anhelar ser absolutamente felices siempre; eso dejémoslo para las fotos de Facebook, Instagram y el Twitter.
El privilegio humano de quienes tenemos una familia que sacar adelante (nunca mejor dicho) es que estamos frente a la mejor de todas las realidades humanas, somos promotores de la tarea más ardua, bonita, insondable y significativa respecto de la cual bien vale aquella expresión anónima “la familia es donde comienza la vida y el amor nunca termina”.
En estos tiempos de guerra, qué acertada resulta aquella expresión de la Madre Teresa de Calcuta, “¿qué puedes hacer para promover la paz mundial? Ve a casa y ama tu familia”. Como siempre, la pelota está en nuestra cancha. ¡Feliz día del amor a todas las familias!