Esta falsa idea de que el sec era el tallán o sus dialectos la tomaron otros como Pina Zúñiga de Riofrío y se sigue repitiendo en algunos colegios.
Por Carlos Arrizabalaga. 19 marzo, 2020.En su segundo viaje de exploración, Almagro tomó dos jóvenes, Martinillo y Tomasillo, como intérpretes. Así también Pizarro, en tierras de la Capullana, “rogó a los principales que allí estaban que les diese cada uno de ellos un muchacho para que aprendiesen la lengua y supiesen hablar para cuando volviesen”, relata Cieza de León.
Dirá luego el cronista Cabello Valboa (1586) que “aprendieron muy bien la lengua castellana y servían de intérpretes en este viaje: por declaración de estos, iban entendiendo la majestad de la tierra, donde estaban: y comenzaron a hallar unas naciones, llamadas tallanas, que los recibieron pacíficamente: y les dieron lo necesario para su camino”.
En efecto, el plural parece indicar que se tratara de grupos étnicos diferentes, y de hecho Salinas de Loyola (1570) habla para la región de los valles de su gobernación de tres naciones con diferente lengua y costumbres, aunque la lengua tallán, tallana o atallana, como se quiera llamar, era la que hablaban los de Catacaos, muy similar a la de San Lucas de Colán, la misma que, ya en su declive, recogerá el obispo Martínez Compañón en su “Tabla de 40 vocablos” (1783).
El padre Calancha (1638) fue el único en hablar de la lengua sec, que posiblemente fuera la de Sechura, también registrada por el obispo navarro y que presenta un vocabulario muy diferente. Calancha habla de otra lengua en Olmos, pero no menciona en ningún caso a los tallanes.
Esto llevó al error a muchos, como Carlos Robles Rázuri, Reynaldo Moya o Juan Albán Ramos, quienes pensaron que el sec era la lengua de todos los tallanes. Esta falsa idea de que el sec era el tallán o sus dialectos la tomaron otros como Pina Zúñiga de Riofrío y se sigue repitiendo en algunos colegios. En realidad, los sechuras hablaban una lengua distinta que sí podría llamarse sec.
La que se hablaba en los valles de Piura y del Chira era la lengua tallán. Pero, el mercedario autor de la Crónica moralizada (Barcelona, 1638), no pretende abarcar toda la geografía del Perú, sino que alude las dos lenguas que se hablaban en el tiempo del gran Chimú o Chimo, y menciona junto al quignam y el mochica las dos lenguas que había más allá, hacia el norte mirando desde el valle de Saña, donde el buen fraile escribía las últimas páginas de su obra, que quedaría inacabada.
Tampoco es del todo cierto lo que dice Reynaldo Moya respecto a que mostraron “su carácter independiente”, por la misma razón que “no adoptaron el idioma mochica ni el quechua de los incas cuando fueron conquistados”, pues la crónica temprana de Agustín de Zárate señala que los principales y gente noble hablaban también el quechua, lengua que ya antes de la reciente llegada de los incas se había extendido con el comercio a tierras lejanas del Ecuador. De otro modo, los tallanes no hubieran servido de intérpretes. Y el mochica se habló en el alto Piura, al menos hay varios topónimos (Morropón, Ñañañique) que lo señalan.
El error procede del gran intelectual cusqueño Luis E. Valcárcel y su Historia del Perú Antiguo (1964), quien hizo una mala lectura de Calancha, aunque el primero que difundió ese error fue el británico Clements Markham, quien en The Incas of Peru (Londres, 1910) suponía que el sec se hablaba en toda la región en la época en que el botánico Richard Spruce (1963) sacó un pequeño vocabulario de unas 38 palabras y varias frases registradas en Sechura.
Posiblemente, Valcárcel repitió el error del británico sin advertir que el sabio trujillano Jorge Zevallos Quiñones, tan temprano como en 1947, había reproducido la tabla del obispo indicando que la lengua de Sechura era muy diferente de la que se hablaba en Catacaos y Colán. Estas desaparecieron en las guerras de la independencia y la de Sechura, probablemente en la generación posterior, y ya no se hablaban para mediados del siglo XIX.
La publicación del libro de Markham, traducido al español por Manuel Beltroy en 1920, tuvo un gran impacto en la cultura nacional. Quizás no sea coincidencia la compilación elaborada o atribuida a Manuel Yarlequé en 1922 de un listado de etimologías tallanes ficticias que se atribuyen todas a esa presunta lengua sec, donde se incluyen topónimos de provincias muy diversas con interpretaciones fantasiosas.