En plena crisis por el COVID-19, ofrecemos un análisis de las dificultades inherentes a las decisiones para enfrentarla, así como de algunos de los temas más debatidos por la opinión pública ante las medidas adoptadas.
Por Mariela García Rojas. 11 mayo, 2020.¿En qué radica la complejidad para tomar decisiones? En primer lugar, en la incertidumbre. Se ha tenido que lidiar con la falta de conocimiento seguro ante lo impredecible de la pandemia en el corto y mediano plazo. Había muchas interrogantes: la causa de su expansión, ¿cuándo se dispondría de una vacuna?, ¿cuándo descendería el número de contagiados y las tasas de letalidad? Sin la incertidumbre, el nivel de acierto de las decisiones sería alto.
Está también la restricción de contar con información incompleta, la que se manifiesta en los abundantes datos y noticias, no oficiales o falsas y la escasez de investigaciones científicas acreditadas y el juicio de expertos.
Evaluar, por ejemplo, la decisión de aprobar o no el distanciamiento físico obligatorio para evitar saturar el sistema sanitario, minimizando el número de fallecidos, implicaba prever a priori los efectos futuros en el empleo y en la liquidez del sector formal; en los alumnos y docentes del sistema educativo del país; y en las familias de más bajos recursos que viven del día a día, considerando que unos 10,7 millones de peruanos obtienen sus ingresos del trabajo informal (Enaho).
Poner en práctica la decisión
La puesta en práctica de la decisión tomada le añade complejidad. Brillantes estrategias han fracasado por una inadecuada implementación. Incluso, las limitadas capacidades para definir el qué hacer y el cómo hacerlo, explican la renuncia o destitución de algún ministro o funcionario público. Con todo, la inacción, la postergación o abdicar a tomar una decisión, suele acarrear consecuencias más graves y socava la autoridad del gobernante y su poder futuro.
En síntesis, la tarea de los decisores gobernantes se circunscribió a un escenario incierto, con información incompleta en un escenario de alta urgencia que exigía evaluar sus efectos directos y colaterales, velando por que se ejecute bien, a través de políticas y de los actores intermedios competentes. Este contexto, como marco de actuación, hubiera movido el piso del decisor más ecuánime y experimentado, quien ni en su más espantosa pesadilla, habría imaginado enfrentar algo así.
Como si fuera poco, toda decisión no está exenta de aspectos incontrolables. A diferencia de otras crisis habidas en la historia mundial, esta paralizó el funcionamiento de la economía a nivel global; el entorno se manifestaba como lo que es, una fuerza autónoma e incontrolable. A su vez, el comportamiento libre de los ciudadanos y del resto de autoridades ante la crisis, serían determinantes.
¿Qué hizo bien o qué ha hecho mal el gabinete Vizcarra?
Limitándonos al caso peruano, analicemos dos aspectos relevantes en el debate de la sociedad civil, expertos e influencers.
El primero se refiere a la inversión y aplicación de pruebas moleculares vs pruebas rápidas: prontamente fue de dominio generalizado la mayor eficacia de las pruebas moleculares para detectar el virus y disminuir el número de falsos negativos. Para Luis Suárez Ognio, exjefe del Instituto Nacional de Salud (INS), “La (prueba) molecular sería más adecuada para un diagnóstico inicial en un paciente que llega a emergencia o para tomar la decisión de aislarlo bajo cuarentena. En tanto, la serológica se usa más en estudios sobre prevalencia de la enfermedad y en el monitoreo del virus en personal médico altamente expuesto a la infección”.
En el país en cambio, el volumen y tipo de pruebas adquiridas para atender la fase inicial de la pandemia impidió el diagnóstico preciso de los casos y de las zonas de contagio.
Un segundo aspecto fue la duración del periodo de aislamiento obligatorio y su efecto en la economía: tras la amplia aceptación social de las medidas adoptadas, los anuncios de ampliación del confinamiento traían a colación la preocupación de distintos agentes por su impacto en el empleo, la vida y la economía de los ciudadanos; en especial de los más necesitados. “Esta medida tiene un impacto diario en la economía que ya registra una caída de 14% en el PBI, y más de US$ 18 000 millones en pérdidas”, ha declarado Miguel Vega Alvear, miembro del Grupo de Trabajo Multisectorial que el Gobierno implementó para la reactivación económica. El anhelado equilibrio entre salud y economía no era sencillo de alcanzar.
El epidemiólogo Gabriel García-Escobar atribuye a tres razones el tan cuestionado y “poco responsable” comportamiento social: a la falta de empleo e ingreso fijo de un 72% de la fuerza laboral; a que solo un 49% de peruanos tiene refrigeradora (Censo del 2017) y no puede abastecerse para varios días y a la alta intensidad de exposición que pudo manejarse mejor planteando ventanas de tiempo no tan reducidas, evitándose así que mucha gente acuda en forma simultánea a espacios públicos exponiéndose y exponiendo a otros a una mayor transmisión.
La opinión generalizada es que se ha fallado en el objetivo de aplanar la curva; la unicidad de la realidad peruana exigía recetas propias. Independientemente de las distintas posturas ante las decisiones adoptadas, se evidenció el desconocimiento de nuestros gobernantes acerca de la realidad nacional; y que algunas medidas se tomaron con información relevante incompleta.
¿Hubo aciertos?
Sería injusto no mencionarlos: el amplio presupuesto asignado para paliar las necesidades de los grupos más débiles. Al respecto, Garrido Koechlin ha dicho: “es plausible la rápida reacción del MEF y del BCR al anunciar un paquete de rescate económico cerca al 12% del PBI”. Por cierto, medidas que han sido posibles gracias a las reservas disponibles, gracias al manejo económico de gabinetes precedentes. Hay quienes se preocupan por el futuro, y con razón, pero como reza el dicho primum vivere.
La forma cómo se implementaron esas medidas y la discusión de nuevos impuestos serían más bien los puntos débiles de las acciones en materia económica. Basombrío, analista político, atribuye un error adicional al gobierno: “la ausencia de un plan temprano y potente para los mercados”. No le falta razón, ante los resultados del número de contagiados en los mercados de Caquetá y Surquillo, el periodista Federico Salazar ha recriminado: “sabemos desde el primer día, que los mercados son centros de posible contagio. El Gobierno ¿recién lo descubrió el día 45 de la cuarentena?”; también critica el retraso para actuar ante las migraciones.
Frente a esto, el Presidente anunció que ya está en diálogo con la ministra de Economía para otorgar recursos para el acondicionamiento de los centros de abastos.
El Perú es más grande que sus problemas
Bajo esta premisa, tendremos que adherirnos a las declaraciones de Alejandro Werner -director del Hemisferio Occidental del FMI- para quien la curva de recuperación del Perú tiene forma de “V” porque el país presenta una contracción de 5,5% y el 2021 tendrá una tasa de 5,2% de recuperación (frente a la de 3,4% de Latinoamérica). Refuerza esta visión Claudio Muruzabal -presidente de SAP para América Latina y el Caribe-, cuando sostiene que en el mundo de hoy las recuperaciones han sido cada vez más rápidas.
El fuerte enfoque en el logro de resultados (aunque diversos) es consistente con una extendida confusión en un amplio colectivo que suele creer que decidir bien es sinónimo de acertar. Nada más erróneo.
Las decisiones acertadas resuelven el problema concreto que se enfrenta, con independencia del proceso seguido, lo que, es de altísimo riesgo. Este enfoque no produce aprendizajes positivos ni negativos; no es su objetivo. En cambio, las decisiones correctas sí generan aprendizajes y facilitan la toma de decisiones en el futuro, pese a que en el corto plazo los resultados no fuesen los buscados. Aunque a muchos desilusione, los resultados per se no indican la corrección de una decisión. “Uno puede tomar una buena decisión y no conseguir el resultado que pretendía y al revés”, indican Ariño y Maella.
Son muchos los aspectos en juego cuando no se consiguen los resultados esperados por los electores y buscados quizás también por la autoridad política decisora. Recordemos, elegimos gobernantes, no magos. Atender mejor solo lo primero, debe suscitar en nosotros una profunda reflexión que va más allá de la mera evaluación del logro de resultados y que nos acerca a la búsqueda de líderes que decidan con corrección. Por cierto, nadie queda eximido de similar actuación, tirando del propio talento y haciéndolo con rectitud. El Perú clama por dar fin a la corrupción.