En la medida que asumamos libremente nuestra realidad y miremos con ilusión nuestro ilimitado potencial para amar más y mejor, entenderemos que nuestros amados también tienen sus limitaciones personales.
Por Paul Corcuera García. 13 septiembre, 2020.En el amor vamos todos siempre de aprendices, por tanto, similar papel desempeñamos al interior de nuestras familias. Nadie puede jactarse, por iluso que sea, de ser una persona experta en el difícil arte del amor, y menos, fungirse de paradigma para el resto.
Nuestra propia experiencia nos lleva a reconocer que, como bien plantea Viladrich, es la primera vez que vivimos nuestra vida, y ello nos lleva a ir descubriendo la plenitud del amor con las personas concretas con las que interactuamos en el día a día. Aprendemos a amar -mejor o peor- a nuestro cónyuge, a cada uno de nuestros hijos, a nuestros padres y a cada persona singular de la familia extendida que conformamos. Nuevamente a decir del experto, cada uno de estos vínculos tiene su propio contenido de coidentidad íntima, que debemos ir descubriendo y fortaleciendo.
Deseo fijarme en un aspecto particular, y condición necesaria para aprender a amar: el humilde y sincero reconocimiento de las propias limitaciones. Somos, qué duda cabe, personas con defectos, limitaciones, con hábitos adquiridos, errores cometidos, y poca capacidad de lucha muchas veces frente a nuestro activo vital acumulado, que cada uno bien podría completar en su caso particular. Y, aun así, no solo nos sentimos necesitados de amor, sino –y, sobre todo- que tenemos la capacidad de amar y darnos a los demás.
En la medida que asumamos libremente nuestra realidad y miremos con ilusión nuestro ilimitado potencial para amar más y mejor, entenderemos que nuestros amados también tienen sus limitaciones personales. Como nos importan, más que señalarlos con el dedo, comprenderemos sus luchas, sus aciertos y sus caídas; aprenderemos a mirarlos con un corazón misericordioso. En la vida conyugal, se da el espacio propicio para que dos compartan sus carencias y sus fortalezas, renovando la vida en común.
Aunque no pocas veces sentimos unas exigencias muy grandes para que nos amen mejor (poniendo énfasis en el recibir, en lugar del dar), para que actúen como corresponde en cada momento y sean casi impecables en el amar, racionalmente no es difícil reparar en lo poco que somos y que damos. Inconsistente, pero extendido planteamiento vigente en muchos matrimonios.
Cuando en la familia se introduce de por medio la misericordia y se miran así los esposos, los padres con los hijos, los hermanos entre sí, el entrelazamiento familiar e intergeneracional se consolida, favoreciendo vínculos más profundos. Los invito a que en y desde las familias no solo se consuele con corazón grande a los necesitados -todos-, sino en “hacer endecasílabos de la prosa de cada día”, en palabras de San Josemaría Escrivá.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.