El Catecismo la denomina “iglesia doméstica” y durante esta emergencia sanitaria ha sido, casi como en los primeros siglos del cristianismo, la única manera de vivir nuestra fe en comunidad
Por Carlos Guillén. 09 septiembre, 2020.Del 6 al 13 de setiembre, la Iglesia en el Perú celebra la Semana Nacional de la Familia, un tiempo para reflexionar acerca de la misión de esta “iglesia en miniatura” -como la llamó San Juan Pablo II- que ha demostrado seguir viva y fuerte en este tiempo de pandemia.
El Catecismo la denomina “iglesia doméstica” y durante esta emergencia sanitaria ha sido, casi como en los primeros siglos del cristianismo, la única manera de vivir nuestra fe en comunidad. Gracias a la palabra y al testimonio de todos los que la integran, el hogar es el primer lugar de anuncio de la fe y de experiencia de la vida cristiana, capaz de irradiar también esa fe viva hacia otras familias.
Tanta es su fuerza e importancia, que el Santo Padre pide fortalecer la relación entre las familias y la comunidad eclesial para poder hacer frente a los grandes desafíos deshumanizadores actuales; de modo que, “contra los centros de poder ideológicos, financieros y políticos, pongamos nuestras esperanzas en estos centros del amor evangelizadores, ricos de calor humano, basados en la solidaridad y la participación” que son las familias cristianas.
Por otro lado, el papa Francisco nos recuerda también que cuando se trata de afrontar la experiencia de la enfermedad “la familia ha sido siempre el hospital más cercano”, porque “son la mamá, el papá, las hermanas, las abuelas quienes garantizan las atenciones y ayudan a sanar”. Y sucede que “el tiempo de la enfermedad hace crecer la fuerza de los vínculos familiares” y atesora “las heroicidades ocultas que se hacen con ternura y valentía cuando en casa hay alguien enfermo”. Todo eso es, para el mundo, un signo de la presencia misericordiosa de Jesús y un testimonio de fe, especialmente cuando “los momentos de la enfermedad van acompañados por la oración”.
Jesús quiso venir al mundo con una familia y no deja nunca solas a nuestras familias. Además, cuando es recibido en un hogar, llega con esa fuerza de hacer milagros y de hacernos hacer milagros, como en Caná de Galilea. Así, con su bendición y su gracia, nuestras familias pueden salir al encuentro de los hermanos para anunciarles el Evangelio de la Vida y transmitirles el amor de Cristo, haciéndose comunidades salvadas y salvadoras.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.