El segundo sábado de octubre se celebra el Día Mundial de los Cuidados Paliativos, una oportunidad para reflexionar sobre el cuidado integral, no solo físico sino también emocional y espiritual, de los pacientes.
Por Jaime Millás Mur. 09 octubre, 2020.Hasta el pasado año, en el Perú, morían 120,000 personas con necesidad de cuidados paliativos. Si sumamos sólo la cifra de fallecimientos por COVID-19, el número asciende a más de 150,000. Los cuidados paliativos son necesarios no solamente en determinadas enfermedades o al final de la vida, sino que deberían administrarse especialmente en todas las clínicas y hospitales a todos los enfermos.
Paliar significa mitigar, suavizar, atenuar. Cuidar es poner diligencia, atención solicitud y todos los enfermos requieren cuidados. Puede haber enfermos incurables pero nunca incuidables. Felizmente, en el mundo, han ido creciendo las unidades de cuidados paliativos y ha quedado patente la necesidad de contar con ellas en las instituciones de salud. No basta curar, es necesario cuidar.
Actualmente, con la crisis provocada por la COVID-19, se percibe con mayor claridad la urgencia de estos cuidados, especialmente para aquellos enfermos que ingresan a las unidades de cuidados intensivos y también para sus familias. Los cuidados paliativos no se refieren sólo a terapias o medicamentos, sino también al acompañamiento familiar y asistencia espiritual. No se trata tanto de aplicar protocolos y salvar vidas sino, fundamentalmente, aplicar la ética y tratar con humanidad. La Asociación Europea de Cuidados Paliativos recomienda incluir los cuidados espirituales en todo enfermo grave. Deben garantizarse como uno más de los cuidados paliativos tal y como han advertido algunos protocolos internacionales durante la pandemia de COVID-19.
En un momento tan trascendente como es el posible final de una vida humana hemos priorizado lo científico-técnico, dejando de lado las necesidades más profundas de la persona, que requiere con ansia sentirse comprendida, querida, acompañada y fortalecida para afrontar un paso crucial. Es cierto que un tratamiento complejo exige medidas extremas, pero nunca a costa de abandonar al paciente a una soledad inhumana. Cuando el final está muy cerca, la persona siente la necesidad de abrir su alma y comunicar lo más profundo de su ser a las personas queridas, como parientes y amigos, pero también busca llenar la sed de infinito que late en el fondo del corazón. Por eso no es humano dejar a su suerte a los enfermos graves que permanecen recluidos en lugares recónditos de los centros de salud. Es un momento de balance en el que vienen a la mente éxitos y fracasos, alegrías y tristezas, dolores, angustias y satisfacciones de una vida que termina. Si nos ocupamos sólo del aspecto corporal, de que las constantes vitales sean adecuadas y los órganos funcionen lo mejor posible, de calmar el dolor físico, pero no proporcionamos el cuidado necesario al espíritu, no hemos cubierto integralmente las necesidades más hondas del ser humano.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.