Compartimos un artículo de Claudia Vivanco Atkins, alumna de la Maestría en Matrimonio y Familia, que nos ayuda a reflexionar sobre el voluntariado, la solidaridad y la generosidad, más aún en tiempos de pandemia.

Por Instituto de Ciencias para la Familia. 23 octubre, 2020.

 

Como por arte de magia, en palabras de Viladrich y Castilla, “cada vez que una persona entra en nuestra vida, ya no somos lo mismo”. Esta es la experiencia del grupo de voluntarias que trabajamos con niños diagnosticados de cáncer. La magia consiste en hacer que lo imposible suceda.

Esta asociación cumplió su primera década de labor el martes 20 de octubre. Ha hecho suya la misión “que ningún niño con cáncer carezca del tratamiento médico necesario por falta de recursos económicos”.

Este sueño fue hecho realidad, gracias al impulso de su fundadora, la Dra. Teresa Pasco y de mujeres voluntarias de todo el Perú que trabajan, incansablemente, por asegurar el financiamiento de los costos médicos, de traslado, alojamiento, alimentación, vacunas y equipo médico necesarios y que los familiares de los pacientes necesitan cubrir, para que sus hijos, niños entre días de nacido y 15 años de edad, padezcan de menos dolor y alcancen una mayor calidad de vida.

Estos niños forman parte de la vida de las voluntarias aportándole sentido al inmenso sacrificio que su trabajo diario acarrea. Recabar fondos, en épocas de pandemia o no, no es tarea sencilla. La recompensa por el cuidado y la exigente atención que supone cada niño, es su sonrisa y, en muchos casos, su recuperación; pero en toda la gratitud de sus familias por el acompañamiento económico, pero sobre todo humano, que han recibido.

Como personas, ya sea en condición de esposos, padres, hermanos, hijos, amigos, pero finalmente como seres humanos, sentimos que el amor tiene el poder de transformar lo ordinario en extraordinario. El sencillo pero significativo gesto, de promover una colecta, manifiesta solidaridad, generosidad y desprendimiento; brinda la oportunidad de remover puntos recónditos de otros corazones uniéndolos todos a la vez alrededor de la esperanza por la recuperación de otro.

Para la familia del paciente, sobre todo de sus padres, el acompañamiento afectivo en el proceso, así como el apoyo material y espiritual reafirman una verdad radical: hemos nacido, todos, por amor y para amar.

Es reconfortante que pese al mundo agitado en que vivimos, el lado “positivo” de una pandemia, se convierta en el regalo de contar con la oportunidad de mejorar nuestras relaciones de familia. Padres e hijos, más juntos que nunca, en casa, asisten juntos a clases diarias -teóricas y prácticas- acerca del amor humano. Esta etapa de aprendizaje en la escuela de virtudes, por excelencia que es la familia, la recordaremos siempre. Otorguémosles a nuestros hijos lecciones inolvidables, pues cual verdaderos maestros queremos que ellos nos superen; el mundo necesita de generaciones comprometidas en el amor.

Todos en algún momento hemos conocido, directa o indirectamente, casos de personas diagnosticadas con cáncer, y de la lucha que esta enfermedad conlleva. El virus del que no debiéramos huir es el del amor; es el de los más altamente contagiosos y se transmite de inmediato a toda persona con la que nos vinculamos. ¡Pues a expandirlo cuánto más mejor!

Mi reconocimiento, aplauso y apoyo incondicional a cada una de estas mujeres con voluntad de hierro y corazón de fuego que hasta el año pasado permanecía parada en cada esquina o recorría la ciudad con una pesada alcancía; y que hoy se moviliza en las redes sociales con el mismo principio vital: el del amor, sabiendo que nada es pequeño porque se acumula y agiganta fuera y dentro de cada corazón. Amar, del hebreo “hacer el bien”, es un vocablo que nos invita a ponerlo por obra. Felicidades Magia por los Niños con Cáncer.

Qué afortunada la vida nuestra de contar con tan inigualable y mágica compañía.

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