En esta responsabilidad ciudadana estamos comprometidos todos. No nos podemos desentender ni escogernos de hombros, hay que responder sobre las consecuencias de las propias acciones no actuar ignorando los efectos de ellas.
Por Genara Castillo. 18 enero, 2021.Estamos viendo cómo se están incrementado los contagios del coronavirus y los centenares de conciudadanos que aún siguen muriendo; también, sabemos de la presencia de variantes del coronavirus que acelera el contagio. Por ello, se ha dado la alerta de emergencia sanitaria, porque el sistema de salud está desbordado y hay que evitar que más personas lleguen a los hospitales requiriendo camas UCI con urgencia, ya que no sólo no existen las instalaciones o instrumental, sino que no se cuenta con el personal necesario.
Es una constante en la vivencia de algunas emergencias que, psicológicamente, la alerta se da más al inicio; pero, cuando pasan los meses, el agotamiento y la experiencia de todo lo vivido, puede llevarnos a pensar que ya no es para tanto. Algunos se pueden engañar pensando que ya está pasando el peligro, cuando en realidad estamos con un preocupante crecimiento de casos. Por eso, hay que estar más vigilantes, para no bajar la guardia; aún no hemos vencido a este enemigo silencioso que es el coronavirus y no nos podemos confiar.
Aunque parezca una frase ya manida, hay que ser conscientes de que en las actuales circunstancias la salud sí es “tarea de todos”. No sólo es responsabilidad del Gobierno, sino de todos los ciudadanos y, en especial, los que son jefes o directivos de las llamadas “instituciones intermedias” que están entre el individuo y el Estado: ahí, a partir de la institución básica que es la familia, están además de los padres, todos los que tienen algún cargo o jefatura -en diferentes niveles- de los centros comerciales, de los bancos o entidades financieras, de las bodegas, etc. Ser jefe o directivo es ser responsable.
En esta responsabilidad ciudadana estamos comprometidos todos. No nos podemos desentender ni escogernos de hombros, hay que responder sobre las consecuencias de las propias acciones, no actuar ignorando los efectos que se van a desprender de ellas. Conlleva prever, prepararse con anterioridad, cuidarnos y cuidar a los demás, especialmente a los que dependen de nosotros y a los más débiles.
Esta prevención es producto de nuestra responsabilidad de cara a los demás y a nosotros. Con esta pandemia, tenemos la oportunidad de ser mejores, de demostrar nuestra valoración y aprecio por la vida de los demás y resistirnos con fortaleza a ver pasivamente cómo se van apagando cientos, miles, de vidas de nuestros conciudadanos.
Para ello, hay que tomar en serio lo que conlleva la exposición al contagio o contagiar a otros; debemos detenernos un instante, demorarnos un poquito para constatar o comprobar lo que podemos dar o hacer para cumplir con las restricciones que haya en nuestra región; y, siempre guardar el distanciamiento social, usar correctamente las mascarillas, no dejar el lavado frecuente de las manos, la higiene; y evitar las aglomeraciones.
Esto es trabajar en la llamada Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, el individualismo que se queda solo en la propia comodidad, en la pereza para no exigirnos o exigir a los demás, en el sentimentalismo engañoso por el que sentimos que no es para tanto, imaginando que no va pasar nada. El sentimiento es algo bueno, pero no puede suplir a la inteligencia, tenemos que tratar de ver la relación causa-efecto en lo que hacemos, porque siempre que actuamos hay consecuencias y estas siempre afectan a otros.
Aunque parezca reiterativo, hay que insistir en que no podemos ser indiferentes a que esta ola de contagios siga sumiendo a muchas familias en la tristeza por la pérdida de un ser querido o llevarnos a una nueva cuarentena radical y que miles de miles de peruanos se suman en la pobreza extrema; cuidarnos depende de cada uno de nosotros, y en esa tarea nadie nos va a sustituir.
Es importante cuidarnos y cuidar a los demás, no sólo para llegar sanos a las elecciones y que no haya nueva cuarentena o aislamiento social por decreto, sino sobre todo porque una sola vida humana es tan importante que no nos podemos dar el lujo de perderla. Cuidar a los demás los protege a ellos y, sobre todo, a nosotros mismos, nos hace más humanos, más solidarios.
No estamos libres de la obligación de cuidar al otro, nuestra responsabilidad ante el prójimo es inevitable. No podemos responder como Caín cuando Dios le preguntó por su hermano Abel. Sí, somos guardianes de nuestros hermanos, porque siempre hay una relación interpersonal, en la que somos responsables por comisión u omisión y de lo cual tenemos que dar cuenta.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.