Cada uno de nosotros ha nacido siendo amado gratuitamente. Es una realidad que a veces se olvida. El primer movimiento del amor, verificado en cada caso, es sentirse amado, sentirse querido. Que nos quieran incluso antes que tengamos conciencia y la capacidad de amar y corresponder, no es poca cosa.
Por Paul Corcuera García. 10 mayo, 2021.Cada uno de nosotros ha nacido siendo amado gratuitamente. Es una realidad que a veces se olvida. El primer movimiento del amor, verificado en cada caso, es sentirse amado, sentirse querido. Que nos quieran incluso antes que tengamos conciencia y la capacidad de amar y corresponder, no es poca cosa.
Nuestra madre nos ha acogido en su vientre y nos ha protegido durante el embarazo, poniendo su vida en favor de nuestro crecimiento, procurando los cuidados posibles para defendernos y manifestando un amor único y de predilección. Una madre ama desde el inicio de la gestación, con independencia de cómo será el hijo. No requiere condicionar su cariño a aspectos futuros, si será inteligente o no, si alto o bajo, reservado o comunicativo, pobre o con recursos económicos; no se constituye en requisito alguno. Lo grandioso del amor de una madre, lo que da cuenta de su extensión, profundidad y amplitud, es que es un amor capaz de entrega simplemente en virtud del ser –hijo-. Aún más sorprendente es que este amor -que es dinámico, nunca estático- se acrecienta con el tiempo, a pesar de la respuesta del hijo, que suele darse más bien de forma variable –en virtud del propio aprendizaje y madurez humana–, y difícilmente en directa proporción; más aún en algunos casos incluso la respuesta es injusta y mal agradecida.
¿Qué significa sentirse amados así? Es reconocer que estamos en la cabeza y en el corazón de nuestra madre de manera permanente. Es sentirse seguros, protegidos, sabiendo que no estamos solos, que somos valiosos -en realidad que estamos más allá del valor- para ella. El amor prevé, se adelanta, se ubica en modo servicio a los demás, olvidándose de sí. Cuántos hemos tenido la experiencia de acudir a los brazos de nuestra madre cuando el mundo se nos venía abajo. Y, sin saber cómo, todo se resolvía. Nuestra madre se desvive por cada uno de nosotros, sufre nuestras caídas, siente compasión, se alegra con nuestros éxitos, no busca recompensas ni reconocimientos, solo que tengamos una vida buena.
A quienes no puedan tenerla cerca este 9 de mayo, me permito darles un consejo práctico en estos tiempos: tomen una foto de las manos de su madre. Mírenlas con cariño, respeto y humildad de aprendices. Son manos que nos han acogido nada más nacer, manos que nos han brindado afecto en muy diversas formas, manos que han completado un abrazo profundo, manos que nos han dado consuelo, manos que nos han animado, manos que nos han corregido, manos que hemos tomado fuertemente tantas veces buscando ayuda y compañía. Es verdad que reflejan el paso del tiempo, lucen más débiles, más golpeadas; pero en ellas, si fijamos bien la vista, podemos descubrir una infinitud de acciones de las que hemos sido protagonistas.
Qué milagro es, visto así, la maternidad, su influencia y sus efectos. Buen reflejo del amor que Dios nos tiene, que nos amó desde antes de la constitución del mundo. Un Dios que es familia, nunca soledad.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.