Los trabajos de investigación con embriones humanos podrían ser útiles, pero su aprobación supondría sucumbir a la ética utilitarista que avala “el fin justifica los medios”. Nada justifica atentar contra una vida humana que comienza.
Por Jaime Millás Mur. 17 septiembre, 2021. ExaudiNuestra naturaleza es limitada. No podemos alcanzar algo que está más allá de nuestras reales posibilidades. Es cierto que siempre podemos tratar de mejorar un poco más, de intentar nuevos retos, de proponernos algo que, en lo profesional, en lo humano, en lo personal nos perfeccione, pero todo tiene un límite: el que viene marcado por nuestro ser. Ágere sequitur esse (el obrar sigue al ser), decían los clásicos. Somos seres humanos con sus grandes posibilidades pero también con sus limitaciones.
En un reciente artículo de Nature , se comenta acerca de la eliminación de la barrera de los 14 días para experimentar con embriones humanos. En el pasado mes de mayo, la Sociedad Internacional para la Investigación de Células Madre (ISSCR) publicó nuevas pautas que relajaron la regla de los 14 días. Esto hace que algunos investigadores comiencen a experimentar con embriones más desarrollados. Ciertamente, nadie puede discutir que los trabajos de investigación con embriones humanos son muy interesantes.
Se puede aprender mucho desde el primer momento en que se da la fertilización del ovocito por el espermatozoide, que se dirige a la adquisición del fenotipo zigoto, dando lugar a la primera división en dos células que son diferentes y por eso originan, una el trofoblasto y otra el embrioblasto. Además, ya en esas primeras fases, se forman los ejes para el desarrollo embrionario. También en fases muy tempranas el embrión, que comienza siendo unicelular, produce sus propias proteínas. Todo esto nos confirma que estamos ante un nuevo organismo, un nuevo ser humano: no hace falta esperar al día 14 para comprobarlo. Por lo tanto, menos justificación tiene experimentar con embriones que han superado los 14 días de existencia.
En realidad la regla de los 14 días tampoco tiene un sustento biológico sino que proviene de un acuerdo para justificar estos trabajos experimentales. No hay otro momento para determinar el inicio de un nuevo organismo que la unión de óvulo y espermatozoide. Lo que viene después no es más que el desarrollo de ese nuevo ser humano que irá actualizando sus potencialidades pero no será alguien diferente como tampoco lo es cuando, después del nacimiento, pasa por la niñez, adolescencia, juventud, adultez o vejez. Somos los mismos aunque no seamos lo mismo.
“Estoy fascinada por la segunda, tercera y cuarta semana de desarrollo, que no podemos ver con la ecografía, pero inicia el desarrollo de los progenitores de los órganos principales”, declara Zernicka-Goetz, investigadora que trabaja en el Reino Unido y en el Instituto de Tecnología de California en Pasadena. Ali Brivanlou, otro científico experto en embriología molecular, pretende desbloquear el programa genético que convierte las células madre en las primeras células cerebrales, así como descubrir las instrucciones moleculares que se relacionan con el corazón y sus latidos iniciales.
Los científicos piensan que la experimentación con embriones humanos posterior a sus 14 días de desarrollo permitirá comprender mejor casi un tercio de las pérdidas de embarazos y los numerosos defectos congénitos que al parecer se originan en esas fases de desarrollo. Además se obtendrían conocimientos sobre la diferenciación celular para formar tejidos y órganos, impulsando de esta manera la medicina regenerativa.
Todo esto podría ser cierto, sin embargo no todos los investigadores están de acuerdo en saltar una barrera más: primero fue la de la fecundación y ahora la de los catorce días. “Soy cautelosa sobre el uso de embriones humanos como un sistema de investigación por derecho propio”, dice Naomi Moris, bióloga del desarrollo del Instituto Francis Crick en Londres. La bioeticista Josephine Johnston va un paso más allá: “Creo que es un error abandonar la regla de los 14 días y no proponer otra regla”. Un límite indica que la comunidad científica comprende que la sociedad valora los embriones humanos y los respeta, dice Johnston, bioético del Hastings Center en Garrison, Nueva York. Eliminar el límite “tiene el potencial de sacudir realmente la confianza del público”.
Aunque efectivamente los trabajos de investigación con embriones humanos, en cualquier fase de su desarrollo, podrían ser útiles para el conocimiento de algunas patologías congénitas, así como para el progreso de la medicina regenerativa, sin embargo la aprobación de estas investigaciones supondría sucumbir a la ética utilitarista que nos lleva a avalar que “el fin justifica los medios” y, por lo tanto, podemos aniquilar embriones, pequeños seres humanos que ya se comportan como organismos vivos con un claro patrón de desarrollo. Nada justifica atentar contra una vida humana que comienza.
Si hay cosas que no podemos realizar porque somos limitados hay otros límites que conviene no traspasar porque supone atentar contra la propia naturaleza y telos de la persona, que constituye el fundamento de la ética.