Muchas veces, como sucedió esta anterior semana, loables fines públicos están llenos de medidas de la pura arbitrariedad y capricho personal, las cuales simplemente instrumentalizan muchos pretextos para jugar con los derechos constitucionales de todos.
Por Orlando Vignolo. 18 abril, 2022. Publicado en Correo, el 15 de abril de 2022.La ocurrido el pasado martes 5 de abril no debe quedar en el olvido y tras las hojas de periódicos amarilleados. La imposibilidad de movilización de los limeños, chalacos y ocasionales visitantes de la capital peruana por casi veinte horas, impuesta mediante un balbuceante aviso presidencial lleno de imprecisiones, de difusión madrugadora (por ende semi-público), reflejada en un decreto pésimamente redactado y sin las firmas de todos los integrantes del Consejo de Ministros (casi una oda a la informalidad), debe enseñarse a cada alumno de Derecho como un doble paradigma, por un lado un ejemplo de la arbitrariedad pública más inconsistente y aberrante, y, en segundo término, como catalizador de una reacción natural del soberano manifestada en la lucha que deben ejercer los ciudadanos por controlar al Gobierno de turno. Y esto último no es violencia o gritos a favor de la anarquía. Todo lo contrario, es un estándar de comportamiento por ser un ciudadano libre y republicano de verdad.
Muchas veces, como sucedió esta anterior semana, loables fines públicos están llenos de medidas de la pura arbitrariedad y capricho personal, las cuales simplemente instrumentalizan muchos pretextos para jugar con los derechos constitucionales de todos. Por tanto, este mal suceso debe dejar la enseñanza de que jamás se puede aceptar la jefatura de lo absurdo, y, peor aún, que esto último sea un propósito que deba ser respetado o acatado. Lo peor es que esta inmovilización ocurre en una fecha de recordación traumática para nuestra democracia representativa, casi aparecida como una violenta tormenta que nos despierta y pone en alerta. En cualquier caso, el Poder limitado y la libertad necesitan un fuego atizado de manera perpetua, casi una especie de sello distintivo puesto en cada ciudadano por hacer su cuota de pelea por el Derecho. Finalmente, es practicar ese aforismo de Cleóbulo de Lindos que decía que “aceptar la injusticia no es una virtud, sino todo lo contrario”.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.