Como apuntó Thomas Jefferson: “La libertad es la madre de la ciencia y de la virtud, y una nación tendrá grandeza en ambas cosas de forma proporcional a sus cotas de libertad”.
Por Enrique Sánchez. 12 abril, 2022. Publicado en El Peruano, el 9 de abril de 2022.Norman Borlaug nació en el entorno granjero de Iowa, en 1914. En 1944 se doctoró en fitopatología (enfermedades de plantas) y genética y se mudó a México, para trabajar con la Rockefeller Foundation en proyectos de desarrollo agrícola.
Pasó allí décadas cruzando miles de variedades de trigo, experimentando en diferentes climas, altitudes, latitudes y tiempos de siembra y cosecha. Desarrolló una variedad de trigo muy resistente contra las plagas, semienano (lo que evitaba un tallo alto, quebradizo e inútil) y con más grano. Además, la planta no era sensitiva a las horas de luz, por lo que podía cultivarse en climas y latitudes diferentes.
Para 1963, el 95% del trigo mexicano era de las variedades de Borlaug, y el país producía seis veces más trigo que cuando él llegó a México. Se trasladó entonces a India y Pakistán, donde tuvo que lidiar, de nuevo, con mil trabas burocráticas, el temor de granjeros y el boicot de monopolios estatales a la nueva variedad de trigo y los fertilizantes foráneos. Por si fuera poco, estalló la guerra entre ambos países. A menudo, su equipo plantaba sus semillas mientras retumbaba el sonido de las bombas.
Cuenta Borlaug sobre su viaje a la India en 1963: “Cuando reclamaba la necesidad de modernizar la agricultura, tanto la comunidad científica como la administración solían replicar: ‘La pobreza es el sino de los agricultores; están acostumbrados a ella’. Me informaron que los agricultores estaban orgullosos de su humilde situación y me aseguraron que no deseaban ningún cambio. Después de mis experiencias en Iowa y México, no creí una sola palabra de todo aquello”.
No solo los políticos eran derrotistas. En 1968 el biólogo Paul R. Ehrlich, profesor de la Universidad de Stanford, publicó el libro La bomba de población. En él pronosticaba: “La batalla para alimentar a toda la humanidad ha terminado. En la década de 1970 cientos de millones de personas morirán de hambre, a pesar de los programas de choque que se emprenden ahora. En esta fecha tardía nada puede evitar un aumento sustancial en la tasa de mortalidad mundial”. El diagnóstico neomalthusiano de Ehrlich no se cumplió. En parte, gracias a las innovaciones agrícolas y las campañas de Borlaug.
Para 1974, las cosechas de trigo se habían triplicado en la India. La hambruna, que amenazaba a cientos de millones de personas, se había desactivado; y, con ello, se había reducido mucho el ambiente bélico. Borlaug llevó también sus innovaciones a China, África y diversos países de América Latina. En plena Guerra Fría, introdujo sus desarrollos en países de todas las ideologías. Su labor facilitó la creación de arroces y maíces enanos y desencadenó la “revolución verde”.
Se estima que Borlaug habló personalmente con más de 500 000 estudiantes, agricultores y políticos de todo el mundo. Y, la Universidad Nacional Agraria de la Molina, que le concedió el doctorado Honoris Causa, informa que, “desde la década de los 70, todas las variedades mejoradas sembradas en el Perú provienen del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), donde el doctor Borlaug laboró por más de 40 años”.
En 1970 Borlaug recibió el Premio Nobel de la Paz. Su trabajo no solo había salvado del hambre a cientos de millones de personas. Multiplicar la productividad de la tierra (a través de la selección genética y la explotación intensiva de monocultivos) permitía devolver a la naturaleza amplios espacios de terreno antes cultivados. Es decir, permitía alimentar a muchas más personas con mucho menos terreno agrícola. De hecho, aunque la deforestación sigue siendo un problema importante en los países tropicales, Estados Unidos y Europa tienen hoy un área mayor de bosque que a inicios del siglo XX.
Ojalá la vida de Borlaug nos sirva de ejemplo. Él logró innovaciones revolucionarias. Como las surgidas en la Atenas clásica de Pericles; en la Alejandría helenística de Ptolomeo; en el Bagdad o el Damasco medievales; en la Florencia o la Roma del Renacimiento; en el París o el Edimburgo de la Ilustración; en el Londres de la Revolución Industrial; en el Silicon Valley o el Taiwán de nuestros días.
Ojalá desarrollemos en América Latina espacios para la innovación. Ojalá estimulemos el emprendimiento, recompensemos el talento y favorezcamos el intercambio libre de personas, ideas, bienes y servicios. Pues, como apuntó Thomas Jefferson: “La libertad es la madre de la ciencia y de la virtud, y una nación tendrá grandeza en ambas cosas de forma proporcional a sus cotas de libertad”.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.