En ella, somos queridos de manera predilecta desde antes de nacer. Y es que el primer movimiento en la familia es sentirnos amados, sentirnos radicalmente queridos. Nos quieren por quienes somos.
Por Paul Corcuera García. 15 mayo, 2022. Publicado en El Tiempo (Suplemento Dominical), el 15 de mayo de 2022.Desde el inicio de los tiempos, la familia ha tenido -y sigue teniendo- un lugar primordial para el desarrollo de las sociedades, para el desarrollo de la humanidad. Y es que la familia, como la Iglesia -parafraseando a san Paulo VI-, es también experta en humanidad. En ella, somos queridos de manera predilecta desde antes de nacer. Y es que el primer movimiento en la familia es sentirnos amados, sentirnos radicalmente queridos. Nos quieren por quienes somos, sin haber hecho mérito alguno para retribuir ese afecto. Basta contemplar la cara de un padre o una madre, al mirar admirado a su hijo/a, para darse cuenta de esta realidad cotidiana. Por eso, se dice que en la familia el amor es incondicional; no puede ser más cierto. No sé si somos realmente conscientes de esta realidad, pero eso es una maravilla reconocer que el amor fundamentalmente está en el don, en la entrega desinteresada de uno mismo.
Los que somos hijos -es decir, todos-, intentamos, luego, corresponder a este amor que hemos recibido primero. Es un camino que nos toma toda una vida -y podría tomarnos más, si las tuviéramos-, porque la deuda con nuestros padres es muy grande. Tenemos la experiencia personal de que no siempre logramos corresponder al amor tan grande de nuestros padres; y, lo valoramos y sentimos mucho más cuando ya no se encuentran con nosotros.
La familia, cada familia concreta, es, en esencia, una realidad relacional. Somos padres y nos reconocemos como tales, por nuestros hijos; somos hijos y nos reconocemos como tales, porque tenemos padres; somos esposos por nuestro/a cónyuge, y gracias a él/ella. Parece una verdad de Perogrullo; pero, aunque es evidente, a veces lo olvidamos. Por tanto, en la vida de familia la grata tarea diaria es fortalecer cada una de las relaciones que se generan en su seno, porque todas son relaciones de muchísima importancia en la formación de nuestra personalidad y madurez. Es lo propio de los distintos amores familiares; y, mejorando cada uno de ellos, se perfeccionan las personas.
Ya recordaba san Agustín que el amor es una cuestión de tres: el amante, el amado y el amor o la unión misma entre ambos. Así, fortaleciendo el amor (relación), que es dinamismo puro, crecen tanto el amante como el amado. Y todos somos amantes y amados. Además, amamos en el tiempo. Vamos aprendiendo a amar. No amamos igual a los 10, 20, 50 u 80 años. Es una bendición que el amor pase la prueba del tiempo y adquiera manifestaciones distintas, todas ellas siempre novedosas, si aprendemos a amar. Nada más lejos del amor humano que la rutina.
Las preguntas que podemos formularnos son ¿cómo ser mejor esposo/a?, ¿cómo ser mejor hijo?, ¿cómo ser mejor padre? En cuanto hagamos un examen más o menos serio, nos daremos cuenta de que tenemos muchos defectos que debemos corregir. Pero, debemos darnos cuenta de que el ser tiene una correspondencia directa con el actuar. Según el axioma de Tomás de Aquino, operari sequitur esse; el obrar sigue al ser. Si los demás ven nuestras acciones, pueden inferir cómo somos. Es nuestra mejor carta de presentación. Con el mismo razonamiento del Aquinate, amamos como somos.
Por ello, seremos mejores esposos si nos esforzamos por actuar y comportarnos como tales. Actuamos como nos corresponde ser: casados o solteros, jóvenes o mayores, hombres o mujeres, etc. ¿Qué se espera de un “buen” esposo?, ¿qué se espera de un “buen padre” o de un “buen” hijo?, etc., son cuestiones que deben interpelarnos de manera permanente para hacer examen y para recomenzar cada día, aun sabiéndonos con pies de barro.
En ese actuar diario, corrigiendo defectos, vicios y debilidades que todos tenemos -hay que ser conscientes de esto- para actuar como deseamos ser, es posible vivir la misericordia en la familia. Así, se entiende la bella imagen del papa Francisco, al referir que la familia es como un hospital de campaña, porque se cuida de manera particular a cada persona, se la cura, se la rehabilita, se la protege, se le brinda fuerzas para enfrentar cada uno su propio camino. ¿Cabe mejor tarea para humanizar el mundo? Este 15 de mayo, celebremos el Día Internacional de la Familia como corresponde, al calor de una hoguera encendida, porque cada familia es siempre un milagro, ante el que no podemos dejar de asombrarnos.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.