En el último mes, casos de bullying en escuelas peruanas volvieron a abrir el debate acerca del acoso escolar, el tratamiento a las víctimas, la detección y prevención de conductas violentas y la labor de padres y maestros.
Por Gabriela Hernández. 11 julio, 2022. Publicado en El Tiempo (Suplemento Dominical), el 10 de julio de 2022.Estos hechos suceden en el marco del esperado retorno total a la educación presencial. En este periodo pospandemia, los estudiantes vuelven con nuevas necesidades que surgieron durante los años de educación virtual, y con una oscura estadística bajo el brazo.
Según el Sistema especializado en la atención de casos de violencia escolar del Ministerio de Educación, en el primer cuatrimestre del 2022 se reportaron 874 casos de bullying en colegios públicos y privados del país. Más de la mitad fueron perpetrados por estudiantes a sus compañeros; es decir, cada día, 4,9 menores agredieron a uno o más compañeros de clase.
Si se considera que las clases presenciales se reanudaron en marzo y que, al cierre del reporte del Minedu, se había cursado un mes y medio del año escolar, la estadística resulta mucho más abultada.
Estos datos, explica Laura Vargas, vicedecana del programa académico de Psicología de la Universidad de Piura, son mayores que los totales anuales reportados en 2020 (769) y 2021 (756) en el portal “Sí se ve” del Minedu.
La investigadora reconoce: “Se esperaba que la cantidad de denuncias en 2022 fuera mucho mayor que en los años de educación virtual”; sin embargo, muchas escuelas no estaban preparadas para atender tantos casos.
Estas cifras respaldarían la información que se recibe de los maestros: los alumnos regresaron agresivos, vulnerables y con dificultades de interacción, acota la psicóloga.
Ante este panorama, que debe abordarse con prontitud y considerando las necesidades de los escolares para garantizar su bienestar, cabe preguntarse ¿de dónde vienen las conductas violentas de los jóvenes? ¿Qué factores influyen? ¿Qué pueden hacer los padres y profesores?
La conducta agresiva adquirida
En 1993, se realizó un estudio a los varones de una familia holandesa, que compartían conductas violentas y que, además, poseían una misma mutación genética. Entonces, se creyó haber encontrado el “gen de la violencia”.
Sin embargo, estudios posteriores, como el de Andreas Meyer-Linderberg y Daniel Weinberger en el US National Institute of Mental Health, determinaron que, si bien ciertas mutaciones genéticas predisponían a la falta de control de la reacción agresiva, no se podía determinar que un gen fuese el responsable de la violencia. También factores sociales la determinan, concluyeron.
Actualmente, la comunidad científica acepta que existen factores genéticos que predisponen al desarrollo de una personalidad agresiva; así como malformaciones o lesiones cerebrales en la zona encargada de la conducta social, refiere Betty Woolcott, psicóloga e investigadora de Psicología de la UDEP.
Además, dice: “Se ha descubierto que la malnutrición y estrés, a raíz del maltrato, provocan alteraciones en las estructuras cerebrales que dirigen las emociones y el comportamiento”.
Los niños que conviven con la violencia presentan mayor actividad del sistema dopaminérgico -esencial en el aprendizaje mediado por recompensa- y la inhibición del serotoninérgico –involucrado en las respuestas al estrés-, lo que significa que decrece la empatía y se incrementan sentimientos de frustración y estrés, explica.
Los descubrimientos científicos permiten concluir que será necesario que se cuide el entorno en el que se desarrollan los niños, ya que impacta dramáticamente en su crecimiento, afirma la especialista.
“Un niño tiene más probabilidades de ser agresivo si crece en un hogar disfuncional con padres negligentes o autoritarios, en una comunidad que lo expone a la delincuencia, el consumo de drogas, alcoholismo, etc.; se cambia constantemente de escuela o tiene mala relación con sus compañeros”.
Las conductas agresivas y los factores no adquiridos
Si bien cualquier niño susceptible de desarrollarse en ambientes hostiles es propenso a presentar conductas agresivas, existen factores propios de la interioridad que predisponen para su aparición.
“El temperamento juega un papel importante, principalmente, cuando existe un alto nivel de impulsividad y actividad cerebral. La extroversión también predispone a la agresividad, debido a que se caracteriza por una búsqueda de sensaciones, baja percepción del riesgo y dificultades para postergar la gratificación”, resalta la psicóloga.
También, agrega, el concepto que tenga el menor de sí mismo podría generar conductas violentas. Una evaluación negativa está acompañada de habilidades sociales limitadas, lo que induce al rechazo social y, al mismo tiempo, a la agresión.
¿Cómo ayudarlos?
Las especialistas afirman que no se trata de corregir las conductas del niño, sino de educarlo para que se entienda, autorregule y encuentre mejores maneras de actuar, ayudándole a reflexionar sobre el impacto de sus acciones, y fortaleciendo el desarrollo de la compasión y la generosidad.
Buscar la corrección, con el argumento de criar a niños “bien portados”, no ataca la raíz de los problemas.
Las investigadoras proponen intervenciones integrales que atiendan a la realidad particular de cada caso y que no ignoren que, además del trabajo con los niños, se debe incidir sobre su entorno. De lo contrario, la acción será limitada.
“El trabajo con padres y autoridades escolares permite crear espacios de respeto, seguridad y comprensión; y, por tanto, una educación en conductas prosociales. Los entornos violentos siempre generan más violencia, y esta debe ser erradicada de raíz para que el niño pueda crecer positivamente”, concluyen las psicólogas.