Y, si quien canta reza dos veces (San Agustín), pocas oraciones habrá tan intensas como esta. El canto, además, ralentiza el tiempo, lo adensa, pasando del cronos cuantitativo al kairos epifánico: momento de revelación de sentido.
Por Enrique Sánchez. 01 agosto, 2022. Publicado en Correo, el 30 de julio de 2022.El Monasterio de San Miguel de las Cúpulas Doradas, de origen medieval, es uno de los grandes monasterios ortodoxos de Kiev. Su arquitectura es, desde luego, majestuosa. Aunque lo que más me ha sorprendido es la liturgia dominical a la que he podido asistir.
Por una parte, aquí todo el oficio es cantado. Tanto por los ministros barbados como por un coro angelical de voces femeninas. Y, si quien canta reza dos veces (San Agustín), pocas oraciones habrá tan intensas como esta. El canto, además, ralentiza el tiempo, lo adensa, pasando del cronos cuantitativo al kairos epifánico: momento de revelación de sentido.
Por otra parte, la liturgia se desarrolla entre inciensos aromáticos, iconos y símbolos. Y, lo que es más llamativo: la mayoría de asistentes ni siquiera pueden ver lo que realiza el ministro principal. Igual que en el Sanctasanctórum del Templo de Jerusalén, y el velo de lino que lo protegía, hay espacios sagrados cuyo acceso se veda para preservar el misterio.
Según el relato del Éxodo, cuando Moisés le pregunta a Dios su nombre, este le responde: “Yo soy el que soy”. Es una tautología, una afirmación circular enigmática. Una forma de decir: soy indefinible, porque si el ser humano pudiera definirme me comprendería del todo, y entonces sería igual a Dios.
Por eso en el cristianismo hay una vía especulativa que es la teología negativa: es más fácil decir qué no es Dios que qué es. Por eso a Pascal le gustaba hablar del “Deus absconditus” (Is 45:15), un Dios que se esconde, que entrevemos con nuestra mente y afectos, y que nos susurra desde el misterio.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.