Gracias H. Félix. En ti se cumplen estas palabras de Champagnat: ¡qué consolador resulta, cuando se va a compadecer delante de Dios, recordar que se ha vivido bajo el amparo de María y en su santa Sociedad!
Por Guillermo Chang. 22 agosto, 2022.Conocí al H. Félix Saeta cuando era un estudiante del colegio Santa Rosa. Él era el director del Colegio San José Obrero, la otra sede del único colegio marista de Sullana, como le gustaba decir. Siempre me llamó la atención algunos rasgos de su personalidad. Lo primero es su amor sin distinción de ningún tipo. Tenía el mismo cariño para todos. No distinguía entre las autoridades de la ciudad y aquellos que no andaban en buenos pasos. Para todos había cariño y un abrazo. En todos veía un Montagne necesitado de conocer las verdades de fe. Por eso, muchos ya le llamaban papá. Esto no era gratis. Su sincera caridad surgía de su diálogo constante con la Buena Madre, a quien le encendía una vela por las noches y le rezaba con fervor el santo rosario. También me llamó la atención su energía. Era una hormiguita que trabajaba todo el día. Y ni qué decir de su visión empresarial. Durante sus años de director en ambos colegios se notó su visión gerencial, según las circunstancias de cada lugar.
Empecé a ser más amigo suyo cuando estudiaba en la universidad. Siempre me contaba de sus aventuras y me decía que debíamos hacer algo por los más necesitados. Tenía en claro que la base humana era importante para el desarrollo de las personas, la sociedad y para tratar a Dios. Por ello, se esforzó mucho en mejorar la calidad de vida de muchos. Cuando me lo encontraba por Sullana me hablaba de la importancia de la legislación: la ley no debía responder a los intereses de determinados grupos, sino que debería servir efectivamente al bien común, con preferencia a los que más lo necesitan. Al acabar la carrera hablábamos más. Conversábamos por teléfono de sus cuitas jurídicas, sobre las que me pedía consejo. No llevaba directamente los casos, pero le explicaba el porqué de las normas, en especial de derecho administrativo vinculadas a autorizaciones municipales, educación, alimentación, etc. Y ahí seguía el ritornello: la importancia de la legislación.
Luego, empecé a trabajar como profesor en la universidad. Nos veíamos cuando pasaba por Lima y se quedaba en la comunidad marista de la calle Bellavista, al costado de la sede de Lima de la Universidad de Piura. Los temas eran los mismos. Antes de su último traslado almorzamos en Sullana para despedirnos. Me habló de sus hijos que iban a la universidad y me dijo que se los cuide. Además, hablamos de muchas cosas: Sullana, el Perú, España, la política, la legislación, entre otros. Siempre había en el él una preocupación por todos, en especial por los más necesitados a quienes dedicaba su vida. Su realismo en el diagnóstico de los problemas no ahogaba su profunda fe en Dios. Le apenaba abandonar Sullana, pero confiaba en que la Buena Madre y Champagnat cuidaban de todo. Se veía a sí mismo como un bombero y estaba dispuesto a dar su vida en el incendio al que sus superiores lo enviaran.
Al atardecer del 17 de noviembre de 2021, tomamos un café por última vez en Miraflores. Estaba jugando el Club San José Maristas contra ADT de Tarma por el pase a la final de la copa Perú. Días atrás lo habían operado de un cáncer muy fuerte. Hablamos esta vez de más cosas: la Iglesia, el post concilio, la fe, la juventud, el futuro, entre otros. Aún guardo en mi memoria muchas de las cosas que me dijo ese día. De todas, me quedo con la última frase: dejar todo en manos de la Buena Madre.
Después de eso, solo hemos conversado por wasap. En febrero, le mandé unas fotos desde Aranda de Duero, su ciudad natal en la vieja Castilla española, donde estuve un fin de semana. Me contó sobre su mamá, su hermana y su familia, que aún viven ahí. La última conversación que tuve con él fue para saludarlo por el 6 de junio, Día de Champagnat. Me dijo que san Josemaría y San Marcelino estarían celebrando en el cielo. Al sol de hoy, no me cabe duda de que él se ha sumado a esa celebración.
Gracias por todo H. Félix. En ti se cumplen estas palabras del testamento espiritual de Champagnat: ¡qué consolador resulta, cuando se va a compadecer delante de Dios, recordar que se ha vivido bajo el amparo de María y en su santa Sociedad!